jueves, 29 de diciembre de 2011

{this moment}

Al otro lado del daño involuntario

Hablar del daño que una persona le causa a otra es fácil si somos meros observadores situados en un punto exterior a la línea de fuego, que es la línea del daño mismo. Desde esa posición no nos resulta complicado denunciarlo, condenarlo o justificarlo, o lo que es lo mismo: juzgar y dictar sentencia. Tampoco es difícil permanecer al margen.

Un poco menos fácil es verbalizar o denunciar un daño que se nos ha causado cuando estamos a este lado, es decir, en un extremo de una línea de daño, que nos apunta. La dificultad para expresarnos puede venir del respeto que sentimos por la persona que nos hirió, o del miedo a veces, otras porque no queremos dar una imagen victimista, otras porque comprendemos que existe el daño involuntario y esta vez nos ha tocado ser objeto del mismo... Sin embargo, aunque nos callemos, sentimos tener todo el derecho de gritar de dolor, de frustración o de humillación. Desde luego, lo que no podemos hacer es permanecer al margen, porque somos nada más y nada menos que la parte herida.

Y subiendo en la escala de dificultades, lo más difícil y también lo menos frecuente, es hablar desde el otro lado del daño, que es el punto inicial de la línea que por el otro extremo apunta a la persona herida. Desde esa posición podemos no sentir nada -por fortuna es lo menos frecuente- o sentirnos culpables, por más que la Psicología nos intente convencer de que no tenemos culpa de lo que no hemos podido/sabido evitar (dicho sea de paso, actualmente también nos intenta convencer de nuestra falta de culpa en los daños voluntarios que causamos, lo que me parece casi una aberración). Para salvar este sentimiento de culpa, podemos encogernos de hombros y seguir el camino con la cabeza gacha, o escapar lo más lejos posible de la persona herida o de las que están fuera de la línea del daño pero toman partido en favor de ella. En cualquier caso nos proveemos para el camino de cualquier argumento atenuante o eximente que, llegado el caso, pueda servirnos como defensa. De lo que no hay duda es de que nos resulta tan difícil permanecer al margen como pedir disculpas, porque disculparse implica autoinculparse.

No ha amainado del todo la tormenta que me llevó a enclaustrarme, y así habría tenido que seguir, enclaustrada, durante mucho más tiempo, sin permitirme vacaciones ni escapadas lúdicas ni eróticas ni festivas, porque cuando aún sopla la ventisca es muy probable ponerse a dar palos, de ciego pero palos al fin y al cabo. Confieso que, involuntariamente -y con la mejor intención, pero eso no debería contar porque ya soy mayor como para saber prever ciertas cosas- he hecho daño a más de una persona en el transcurso de los últimos meses. Me pesa. Lo siento.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Además de que me gusta, me sale gratis

Hoy me llamó por teléfono una conocida, emocionada porque había terminado el último de una serie de cursos de coaching integral y me contaba maravillas de cuánto había cambiado su vida. ¿No me notas más madura, más serena? –me preguntaba. Yo, la verdad es que así por teléfono la notaba como siempre, igual de acelerada, me cuesta trabajo seguirla porque creo que habla a más revoluciones de las que es capaz de procesar mi cerebro.

Debe de estar de moda hacer cursos de coaching y esa palabreja yo la tenía asociada al mundo de los negocios, que no es ni ha sido nunca el mío. El caso es que me contó tantas maravillas del coaching, ilustradas con ejemplos de actividades "impactantes" (sic) que aún con un poco de desgana le hice unas cuantas preguntas de tipo práctico.

Cojo un papel para tomar notas y le pregunto cuántos cursos son.

- Se hacen tres cursos, cada uno de un nivel superior al anterior -me dice-. El primero es el Básico.

Escribo en el papel: 1º Básico.

- El segundo es el Avanzado.

Escribo: 2º Avanzado.

- Y el último, ese que te digo que es ya la repera, es el BEA. -(Yo lo entiendo así, con B, de Bea de toda la vida).

Escribo BEA y le pregunto qué significa. Me responde y entiendo que me dice que son las siglas de Misión En Acción. 

Tacho BEA y pongo MEA. Y le digo "Parecen de coña las siglas, eso de MEA..."

- ¡He dicho VEA, Visión, con uveeee, En Acción!

Tacho MEA y pongo VEA.

- ¿Cuánto cuestan? -le pregunto.

- Pues mira, Mari, baratísimos para lo que te aportan, para lo que creces, para lo que aprendes de ti misma, para tu trabajo, para tus relaciones familiares, ¡para todo! Son 400 euros el primero, 600 el segundo y 800 el VEA.

No apunto nada.

- ¿Cómooooo? ¿Quién tiene esa pasta? -por no decirle lo que le habría dicho si no estuviera feo en boca de una hermana de esta insigne Orden.

- ¡Vale la pena! Fíjate, Ella, te voy a poner un ejemplo de cómo te aclara la vida, de cómo por fin eres tú quien la maneja, sabes tomar tus decisiones, te das cuenta de tus errores vitales, que una de las chicas que ha hecho los cursos conmigo, que era lesbiana como tú (el "como tú" lo dijo con retintín) ha dejado a la novia y se ha echado un novio guapísimo.

... ... ... ... ... 

martes, 20 de diciembre de 2011

Blogueras nómadas por persecución

  1. Ahí a la derecha está la lista de blogs que sigo. Todos están escritos por mujeres, casi todas son lesbianas, muchas se dedican a la enseñanza, casi todas pasaron los treinta-y-pico y todas escriben bien, es decir, se expresan correctamente y saben expresar aquello de lo que desean dejar constancia o quieren transmitir. 
  2. Es obvio que a todas les gusta contar cosas y con ello buscan cualquier objetivo, desde satisfacer la necesidad de escribir, hasta el de ser leídas, abrir debates, crear polémicas, compartir puntos de vista o incluso ligar.


Soy bloguera, y eso indica que a mí también me gusta contar cosas, pero... con los datos del punto 1 se puede saber mucho más acerca de mí y de mis gustos sin ni siquiera haber leído una sola de mis entradas. Ya con esa información estaré en una lista de, pongamos, 30 candidatas a ser yo misma, mi persona real o la persona virtual de la que dejé rastro en otros blogs o publicaciones mías anteriores. Si a eso le añadimos que tengo un blog, podemos fijarnos en el tipo de plantilla o de letra que he elegido y, para mentes más especializadas, en cuál es mi estilo de escritura, coletillas que utilizo, extensión de mis entradas, etc. Eso reduce considerablemente la lista de candidatas a ser yo misma. Vemos a quién le comento, quién me comenta, en qué tono lo hacemos... Ahí se ve a quiénes posiblemente conozca personalmente, el tipo de relación que nos une, si es personal o virtual, amistosa o de pura vecindad...

Conclusión: No hace falta ser Sherlock Holmes para determinar con una alta probabilidad de acierto quién es quién a través de su blog, salvo primerizas, que no han dejado rastros anteriores.

Con esta introducción -larga como cabía esperar de mí por parte de quienes conocen mi forma de expresarme- vengo a decir que por más que nos vayamos mudando de un blog a otro con tal de mantenernos anónimas o inexistentes para determinadas personas, bastan como mucho unas semanas para que nos identifiquen con un nick anterior, máxime si quien nos busca vive solo para encontrarnos.

Sin ir más lejos, este blog fue inaugurado casi a las 7 de la mañana de un día de octubre. No habían pasado tres horas y mi fan secreta más obstinada -a la que conozco de cara, nombre, vida y milagros- ya lo había localizado a través de un comentario que dejé en otro blog, y eso que usaba un nick diferente. De hecho la idea de cambiar de blog no fue por pasar inadvertida, sino que el nuevo blog fue mi símbolo de un cambio de vida, habiendo dejado la que acababa encerrada en el blog anterior. (Otras veces he cerrado un blog "para siempre" -que luego resultó ser una temporadilla- por tristeza). A mí no me molesta en absoluto que mi fan secreta me lea cada día cinco veces como promedio -aunque no me haya dejado ni un solo comentario en años- ; ya leía mi anterior blog con la misma o mayor voracidad desde que lo creé. Incluso tengo mis sospechas de que me lee para saber cuándo me pasa algo horrible y así correrse de gusto. ¿Y qué? no la voy a privar de semejante placer, ni aumentaría mi dolor el hecho de que ella se lo disfrutase. Por mí,  con toda esa penita, como si se cayera el mundo. Y quién sabe, lo mismo soy su amor imposible. Tanto da, me trae al fresco.

Conozco a varias amigas blogueras que tienen su pesadilla particular, de estilos e intenciones muy distintas, pero siempre ahí, siguiéndolas, escrutándolas, "amándolas", analizándolas, sojuzgándolas... De ellas, unas siguen con el mismo blog desde que lo crearon hace años, otras se mudaron y volvieron a ser localizadas, algunas cerraron el chiringuito y se dedicaron al macramé. Pero si nos gusta escribir, seguiremos haciéndolo. Nos gusta estar rodeadas de otras con las que nos sentimos afines y las seguiremos enlazando y comentando. Salvo que nos vaya la vida en ello, considero que nada ni nadie nos tendría que hacer sentir en la obligación de dar un paso de más ni de menos en el recorrido que nos hemos marcado en la vida, aunque solo sea un recorrido bloguístico.

Con eso no estoy criticando a las blogueras nómadas por persecución, sino animándolas a "pasar" de personajes importunos, porque al escapar les estamos dando nosotras un poder del que carecen. ¿No dicen que los perros huelen el miedo y ahí atacan? No solo los perros lo hacen.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Tengo un corazón de piedra

Descansa en paz, Sor Virtudes, que me quedo al mando.

El sábado descorrí las siete vueltas de llave de la celda y las tres del portón y salí al mundo exterior para celebrar mi cumpleaños, una salida que llevaba preparando con ilusión desde mucho tiempo atrás. Acostumbrada a que los planes en los que incluyo a otra persona corren el riesgo de irse al traste, como ha sido el caso, he ido desarrollando con los años una extraordinaria habilidad para improvisar planes B, y el de esta vez ha sido de verdad emotivo, tanto como para mandar a sor Virtudes a la jubilación celestial y ocuparme de lo que es mío.

Dónde estuve y con quién, me lo guardo, pero sí tengo que decir que volví llena de regalos: los que me hicieron y los que traje para dar. 





Me regalaron: un hogar acogedor, abrazos apretados, sonrisas y risas, palabras, oídos, mimos, historias fascinantes y desconocidas, tiempo, llamadas, correos, confianza, "cositas" llegadas y aún por llegar, el happy birthday en tres idiomas, un improvisado y divertido desayuno de cumpleaños con dos velas sobre una medianoche rellena de chorizo de Pamplona... 





La niña que trae suerte

Mención aparte merece una piedra violeta con forma de corazón que puso en mis manos, con la sonrisa dibujada en sus ojos de azabache, una niña preciosa que tenía los dedos pintarrajeados de rotulador.


Me dio por pensar que ese regalo me podría traer mucha suerte, por lo menos en el amor, que ya le vale a Afrodita los nueve meses que me está dando.

Irresistible



Mientras alguien me ofrecía un chocolate caliente con nata y canela, un mensaje inesperado de felicitación vibró en mi teléfono. Pasaban de las dos de la tarde. Siempre es hora y nunca es tarde si a mí me gusta.

El día en sí resultó ser un regalo: Extensiones de vida en tonos azules y dorados, el sol, la música, el viento. Enredado con ellos, un sueño.

Al convento traje pequeños y grandes regalos de Navidad. Cada regalo tiene un significado oculto que solo su destinataria puede descifrar.

  • Un despertador minúsculo para la pequeña sor Todouda, la dormilona.
  • Un cachorro para sor Terita, que en la puerta de su celda tiene escrito "Cuidado con el perro, tiene sentimientos", pero no tenía perro.
  • Un recetario de galletas milagrosas, para sor Hortensia.
  • A sor Alicia del País de las Maravillas, un puñado de ternura confitada.
  • Para sor Rita, unos pompones morados.
  • Una bola de cristal para sor Gafi.
  • Una idea "interesante" para el próximo viaje de sor Marca Pola.
  • Para sor Raimunda (antes sor Casta) un picardías de color rosa.
  • A sor Misterio, un hermoso sueño de diez mil noches.
Todos los regalos han sido entregados, excepto el que traje para sor No: Un "no recuerdo" envuelto en papel azul mar. Sin yo saber lo que contiene, sé que a ella le gustaría, pero solo podrá tenerlo el improbable día en que venga a verme... desnuda.

Cuando faltaba un minuto exacto para que terminase el día, recibí el regalo más sorprendente de todos cuantos me han hecho jamás por mi cumpleaños. Inesperado, deseado, vibrante, de fuego. Como para derretir un corazón de piedra.

No hay motivo de preocupación por mi precioso corazón violeta: lo mantendré a salvo junto a mí  por los siglos de los siglos.

Amén




P.S. Farala, Kali, Elenita, Kika, Luz, Bárbara, Eva, Marcela, Merce(des), Ángela, Lena, Tom, Andrea, Chris, papá, mamá, Babe, Antonio, Esther, Pupe y aquellas que (pienso) no querrían ser nombradas: ¡GRACIAS!

viernes, 16 de diciembre de 2011

{this moment}

De amor, pasión, pareja y migajas

Soy el espíritu de Sor Virtudes, abadesa en funciones post mortem desde el día 9 del corriente mes de diciembre, fecha en la que sor Ella se encerró con siete vueltas de llave en su celda, en la que yo me cuelo por la puerta o por los muros -para algo soy incorpórea- cuando quiero espiarla o hacerle compañía. Sigue condolida y callada. De tarde en tarde acepta la visita de algunas hermanas con las que comparte secretos y ternuras, solo de aquellas que visten hábitos ligeros o van desnudas, y siempre de una en una.

Conmigo le gusta hablar porque dice que más sabe la diabla por vieja que por diabla, y más si ya ha llegado a la calidad de espíritu puro. Ella cuando quiere hablar de un tema empieza por una pregunta, algo por lo que a sor No se la llevaban los demonios, porque decía que daba mil rodeos para llegar a un punto. A mí, en cambio, me gusta darle bola. ¡Lo que aprendí yo en vida perdiéndome en rodeos! El otro día me preguntó:

- ¿Se puede vivir sin amor?

Quise saber más antes de responderle, porque a mi saber y entender no es sano vivir sin amor, tanto el no darlo como el no recibirlo causan tristeza y un montón de patologías. Pero no sé si ella quería preguntarme eso exactamente o más bien...

- ¿Te refieres a vivir sin pareja?

- No, sor Virtudes, me refiero a vivir sin amor. Sor No me dijo que yo no sabía vivir sin amor; llevo días reflexionando sobre eso y me parece que yo no sabría, no podría o, por lo menos, no querría. Creo que no sé vivir sin amor, pero tú has afinado bien con tu pregunta porque ella piensa que lo que no sé hacer es vivir sin pareja.

- ¿Y sabes?

- Ya ves, estoy viva.

- Pero no eres feliz.

- No soy feliz porque la quería y lo nuestro fue un querer y no poder de las dos. Me agoté.

- Está claro que querer y no poder no lleva a ninguna parte, solo a la frustración. Y ahora te pregunto más: ¿Estás enamorada?

- ¿De quién?

- De ella, de alguien.

- Casi siempre en mi vida estoy enamorada, de ella o de alguien -Una respuesta a medias que me dejó con la curiosidad en vena.

- ¿Y siempre que te has enamorado has vivido ese amor en pareja?

- No siempre, pero frecuentemente. Enamorarme y que se enamoren de mí implica unos deseos por ambas partes de estar cerca, de compartir muchas cosas... Y luego el sexo, el sexo me gusta, todo lo que conlleva, que no es solo el sexo puro y duro, es mucho más, es la gloria ¿y qué mejor que vivir la gloria muchas veces con quien me gusta a morir?

- Creo que ahí sor No te tiró una carga de profundidad, para hacerte creer de ti misma que te conformas con migajas con tal de tener una compañía permanente. Hay mujeres y hombres que lo hacen. ¿Has compartido cama y piel con alguien de quien no estuvieras enamorada?

- Claro que sí, muchas veces, pero no más de unas horas. Sor No sabe bien lo que hago con las migajas.

- Entonces sabes vivir sin pareja, pero te cuesta vivir sin pasión.

- No sé si es pasión la palabra justa, pensaré en ello.

La dejé con sus pensamientos. Enamorada casi siempre, dice ella. ¿Lo estará?

sábado, 10 de diciembre de 2011

Sor Ella, sor Amor y sor No

El espíritu de sor Virtudes escribió esta entrada:

Estáis deseando conocer la carta que dejé a Gutapercha, pero es ella quien tiene que desvelar o no su contenido. Entretanto y mientras sor Ella sigue con siete vueltas de llave en su celda, os hago llegar mi humilde saber y entender sobre el porqué de su encierro. No dejo juicio alguno, sino el testimonio de lo que observé en vida y en muerte. Solo me atrevería a hacer una recomendación saludable: Que sor Ella deje de andar desnuda por el mundo y que sor Amor se cambie el hábito por uno más cómodo que no le impida sentir ni dejarse sentir.

Sor Ella y sor Amor se amaban desde siempre, aunque hablasen diferentes idiomas y sus hábitos estuviesen hechos de distinto material. Solamente la piel era capaz de traducir los sentimientos de ambas a un lenguaje común que nadie más podía entender sino ellas mismas. Así, cuando se desnudaban, bastaba el roce de la yema de los dedos para que se iniciara la transmisión de emociones. Ya en ese momento comenzaban a escuchar y comprender las palabras de amor y de ternura que vestidas no podían entender una de la otra. En el aire sonaban cada vez con más fuerza todas aquellas palabras ahora traducidas por la piel: te quiero, te deseo, mi amor, mi vida, quédate conmigo, te amo.

El hábito de sor Ella era de seda de algodón y casi nunca llevaba cofia porque le impedía oír bien. Aunque más de una vez en la vida se había dejado aconsejar sobre vestimentas protectoras y se las había llegado a poner, se daba cuenta de que así no podía sentir y se las quitaba de inmediato. Ella siempre prefería sentir aún a costa de ser vulnerable. Por eso, si no llevaba aquel hábito era porque estaba desnuda.

El hábito de sor Amor era de malla de acero, largo y pesado, adornado de pequeñas púas brillantes, que cubría todo su cuerpo desde la punta de los dedos de pies y manos hasta el cuello. Por cofia llevaba una escafandra insonorizada de cristal irrompible.

Sor Amor se sentía vulnerable sin su hábito y, para que notase que no corría peligro alguno mientras estaban juntas, sor Ella se le acercaba desnuda y la abrazaba, a pesar de causarse arañazos y pinchazos por todo el cuerpo. Mientras tanto, ambas se decían palabras de amor que la otra no podía oír por aquella escafandra insonorizada de sor Amor. Sor ella le decía ¡desnúdate!, pero sor Amor no la escuchaba. Se lo decía con gestos y sor Amor negaba y negaba con el miedo en los ojos detrás de su cristal irrompible. Aunque desde dentro de su escafandra gritase ¡te quiero, sor Ella!  y desde fuera sor Ella le gritase ¡te quiero, sor Amor!, ninguna podía oír a la otra.

Sor Amor dejó de quitarse el hábito y la escafandra durante mucho tiempo. Solamente una vez en aquel tiempo, mientras se abrazaban, sor Ella consiguió que sor Amor accediera a quitarse un guante y de ese modo, aunque sor Ella se estuviera arañando con el hábito de sor Amor, ambas se durmieron mientras la piel de las manos de ambas traducía en sentimientos dulces las palabras sordas de una y otra.

Pasó mucho tiempo hasta que sor Ella decidió una noche dejar de gritar palabras que sor Amor no podía escuchar. Se cansó de desnudarse, de dejarse arañar, de no poder notar los sentimientos de sor Amor. Suponía que estaban ahí ocultos detrás de su hábito de metal y su escafandra de cristal irrompible, pero a fuerza de no sentirlos dejó de creer que existieran. Nunca más pudo conseguir que sor Amor se desnudase, ni siquiera una mano, para amarse juntas por lo menos a través de unos centímetros de piel. Sor Ella le cambió a sor Amor el nombre por el de sor No, a la vez que se sentía morir por las heridas, la incomunicación y el abandono. Fue entonces cuando tiró la toalla, hizo salir del convento a sor No y se encerró en su celda con siete vueltas de llave.

viernes, 9 de diciembre de 2011

The end

Soñaba con que este blog pudiera durarme años. Por suerte o por desgracia mis blogs han tenido siempre mucho que ver con mi estado de ánimo. Ahora, en este momento, no soy feliz. Así no puedo escribir cosas divertidas, ni siquiera me apetece hablar de las cosas que ocurren en el mundo ni en mi entorno. Ahora sí que me encierro en mi celda, con siete vueltas de llave. Lo siento.

martes, 6 de diciembre de 2011

Días de vino y sores

Los días fuera del convento no han trastocado mis hábitos de sueño y vigilia. He seguido durmiéndome a las tantas de la madrugada y despertándome cuando el sol ya llevaba un buen trecho andado. La experiencia ha sido enriquecedora y se me ha quedado corta, lo que no implica que quiera entrever en mi horizonte una salida de la clausura a corto o medio plazo.

Contraria por convicción a ligarme por contrato y devota como soy de lo absurdo, aproveché la concurrencia de sores a la cena del sábado para pedir matrimonio a tres de ellas. Una aceptó de inmediato, otra respondió que primero tenemos que 'hablarnos' -entiéndase como mantener un noviazgo que presumo largo- y la tercera se negó.

Los abejorros nunca mienten, según rezan las viejas supersticiones. Así fue como mi presentimiento del día 2 de los corrientes se hizo realidad: Regresaba yo al convento, exhausta de vino, trasnoche y tertulias, cuando me fue anunciada la inminente visita de incógnito nada más y nada menos que de la insigne señora Gutapercha de Jabariego. Dispuse del tiempo justo para llegar al convento, hacerme de provisiones, elaborar una cena a la altura de su abolengo y su delicado paladar, disimular mis ojeras, preparar la celda 17 y quitarme el delantal, antes de que sonara la campanilla del portón.

La cena, regada con el mejor Ribera del Duero, fue un éxito, a decir de la alegría que nos iba corriendo por las venas. A punto estuve de olvidar el asunto de la carta de la difunta sor Virtudes que obraba ya en poder de Gutapercha desde hacía varios días. De pronto lo recordé y se lo pregunté: ¿Y la carta, qué decía la carta?

-La carta -empezó diciendo ella- la carta... Tu carta, tu carta me dice que ya no me amas y yo, y yo me muero en cada renglón.

Lo consideré una evasiva, en tanto ella continuó, ya no hablando sino cantando:

-Ahora sé quién eres, una muñeca de pintura y cartón, mimada y caprichosa, por dentro toda hueca, que no tienes corazón ni pancreas ni ná.

Definitivamente Gutapercha no podía estar hablando/cantando en serio. Estaba claro que eludía hablar de la misteriosa carta recurriendo a uno de sus muchos artificios, en este caso concretamente a una copla de Manolo Escobar.

Un minuto antes de desmayarme por el sueño y el cansancio, atiné a pedirle -una sola vez- matrimonio también a ella y a escuchar por tres veces consecutivas su consentimiento.

A la mañana siguiente cuando me desperté no había rastro de la señora Jabariego. Habría dudado que hubiese sido real su visita de no ser porque alguien había dormido en la celda 17 y porque en la mía quedaban las huellas de una opípara cena en la que no hubo galletas milagrosas. Se había marchado con la misma celeridad y misterio con que había venido. 

Más tarde encontré en mi mesita de noche una nota manuscrita: "Esa carta dará mucho que hablar". 

viernes, 2 de diciembre de 2011

Salgo un ratillo de la clausura

Tenemos un encuentro entre hermanas de la Orden y, por primera vez en mucho tiempo, salgo de la clausura. Me siento virgen y casi inmaculada. Desconozco cómo afrontaré la vida extramuros, aunque algo me dice que será como un delicioso aperitivo. 

De excursión, con lo puesto y el set de supervivencia
Entretanto, tras haber practicado las exequias fúnebres en honor de sor Virtudes, con la pompa y boato que su vida y su muerte han merecido, estamos como quien dice con la mosca detrás de la oreja por no haber tenido noticias de Gutapercha de Jabariego y Gerúndiez, destinataria de la misteriosa misiva que la anciana y jubilada abadesa dejó para ella. Grandes han de ser los secretos que esconde o grande el dolor por la pérdida de la que ella llama Virtuchi, o ambas cosas.

Un abejorro marrón ha revoloteado durante todo el día de hoy por el aire de mi celda. Según las viejas tradiciones, eso significa que antes de una semana recibiré una visita muy agradable. Quién sabe, lo mismo son chifladuras de gente antigua... o no.

Nos vemos a mi regreso. Entretanto, sed buenas, hermanas.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Sor Virtudes ha muerto, viva sor Raimunda



Han pasado once días desde que se presentó a nuestras puertas una desconocida que ingresó en el convento bajo el nombre de sor Casta. Su misión personal: autocastigarse. Once días y todavía no se ha autocastigado, se le han pasado las ganas. Es más, participa activamente en el huerto, en la cocina, en la limpieza, y ríe sin parar. La magia intramuros tiene sus efectos milagrosos. Hoy día forma parte de nuestra comunidad de pleno derecho. Ya puede participar en las tertulias de la hora sexta y gozar sin restricciones de la liberté, la egalité y la sororité que se respiran en el convento.

Anteayer quedó con la antigua abadesa nonagenaria (y sorda), sor Virtudes, para charlar y merendar juntas. Sor Hortensia preparó para la ocasión sus galletas de la virgen María, aparte de café, bollos y tetillas de monja que les sirvió sor Terita. Aún no sabemos cómo transcurrió la merienda, aunque nos consta que se prolongó hasta el amanecer, porque sobre medianoche sor Casta pasó por aquí y dejó esta nota:
yujuuuuuuuuuuuuuu!!!!! iba pa la cochina a coger más galletitas. Y es que no me llegnan, creop que adelgabzan porque siento que vuelo.

Venía a pregungar si de verdaz Sor Virtudez no oye, yo creo que si porque mientras cenatamos y charlagamos me miraba mu fijab y se reía muchov. Voy a seguif chazlando.

Manana a la hora esa ya te cuenxo máz
A la hora sexta (la hora "esa" según sor Casta), no se presentó a la tertulia, pero había dejado una nota dirigida a mí que decía lo siguiente:

Querida sor: 
Encontrábame yo esta mañana algo desorientada, perdida, sin rumbo. Sor Virtudes no me hacía caso y decidí salir a pasear por el jardín.  
El aire frío espabila, eso dicen, pero al acercarme a la tapia oí una voz de mujer que me siseaba ssssssss, sssssssssss, sor Castaaaaaaaa, me llamó a gritos. No recuerdo bien su nombre, era algo como grillo y me dijo unas cosas, ay sor, que cosas me dijo. 
Estoy llorando Sor, lloro, y es que cuando no puedo dejar de reir se me saltan las lágrimas.  
La conversación ya te la susurraré al oido que me da yuyu que me lea el grillo pero por las diosas de tu convento yo pido, pedir no, exijo que se me cambie el nombre a Sor Raimunda pero antes avise a las hermanas de que no me llamen Rai que me suena a mata-cucarachas. 
Ahora voy a cambiarme de ropa y a conectarme por internet que de lo que necesito aquí no hay. 

Sor Ex-casta.
¡Misterioso! No entiendo nada.

Viendo que sor Virtudes no acudía tampoco a la tertulia, un destacamento se acercó a su celda. Allí estaba sobre el catre, boca arriba, rejuvenecida, con una dulce sonrisa y, sobre todo, muerta. En las manos tenía un sobre dirigido a Gutapercha de Jabariego y Gerundiez. Aún desconocemos los secretos que contiene.

Sor Virtudes se ha marchado feliz como vivió. Sor Casta pasa a denominarse sor Raimunda. Le ha sentado muy bien la estancia en el convento y sor Virtudes le deja en herencia su celda, la número 9. Estaba escrito y firmado sobre su mesa: Lego mi celda a sor Raimunda, hermana y amiga del alma.

¡Sor Virtudes ha muerto, viva sor Raimunda!

viernes, 25 de noviembre de 2011

Las sores se visten de renos

La clausura engancha. A mí, que siempre me dio pereza salir de tiendas, ahora tengo la excusa perfecta para encargar la ropa por internet sin que me llamen adicta. La semana pasada, sin ir más lejos, pensé que necesitaba un par de pijamas cómodos sin menoscabo de una pizca de coquetería. Os preguntaréis para qué puede querer una hermana clausurada un pijama coqueto y la respuesta es sencilla: lo utilizo para estar en la celda, lo mismo para leer que para meditar, cocinar, escribir o recibir visitas inesperadas de otra sorellas, nunca para dormir. Lo de las visitas, prefiero siempre que sean inesperadas, así tengo siempre una justificación válida para escapar de cualquier protocolo de la buena anfitriona.

Sin más prolegómenos paso a explicaros cómo fue mi compra de pijamas on-line. Entré en el sitio en cuestión y había una oferta de pijamas completos, así como pantalones y camisetas de pijama sueltos. Los primeros me parecían algo muy clásico, de modo que opté por componer mis pijamas mediante piezas independientes en la talla 40:
  • Pantalón de pijama de rayas verticales en color beige y burdeos (los había de rayas horizontales pero hacen más gorda): Al carrito.
  • Camiseta monísima lisa de color burdeos, a tono con las rayas del pantalón, con escote amplio y botones en la pechera, que dan esplendor a mi figura: Al carrito.
  • Pantalón de pijama de rayas verticales color blanco y rosa palo: Al carrito.
  • Camiseta similar a la anterior pero diferente en la abotonadura, color rosa palo liso: Al carrito.
Fin de la compra. 38 euros. Aceptar las condiciones. Pagar con tarjeta. Compra confirmada.

Tres días más tarde llega una enorme caja de la tienda en cuestión. La abro feliz para sacar su contenido:
  • Pantalón de pijama estampado en renos, de color burdeos. Talla 46.
  • Pantalón de pijama estampado en renos, de color azul. Talla 48.
  • Pijama completo: pantalón azul marino y camiseta clásica de pijama azul marino de lana del pirineo... con dibujo de renos, con cuernos blancos y estrellas blancas. Talla 44.
  • Pijama completo: pantalón rosa claro y camiseta clásica de pijama en rosa de lana del pirineo con dibujo de... ¡renos!, con cuernos blancos y estrellas blancas. Talla 44.
  • Sudadera de lana del pirineo azul marino, con capucha y... ¡un reno grande! bordado en el bolsillo izquierdo. Talla 36.
Compruebo que el importe de la compra corresponde a lo que había pedido y ahora tanto reno y tanto cuerno me parece un chollo, así que decido no devolver nada. Me quedo con el pijama azul con renos y ya de paso me lo pongo, aunque el pantalón me arrastra y las mangas de la camiseta me cubren la mano entera. Para regalar el resto, convoco a las hermanas a mi celda. Desfile de modelos en 12 metros cuadrados: ¡Te queda monísimo! ¡Esto me lo quedo yo! ¡Esta fábrica tiene el tallaje pequeñísimo! ¿Me resalta el pecho? ¡Te lo aplasta, sor! 

Al final cuatro sores contentas salen con sus regalos, unas puestos y otras en una bolsa. La pequeña Douda, de Zimbabwe, se queda la sudadera. El pijama rosa de renos se lo lleva la nonagenaria sor Virtudes, después de pelear por él con sor Alicia en un diálogo de besugas. El pantalón de pijama azul con renos se lo lleva sor Rita y el burdeos con renos se lo queda sor Gafi.

Casi todas contentas por 38 euros.

Detalles fotográficos para curiosas e incrédulas
Estampado de renos en mi pijama de lana del pirineo
Reno bordado en la sudadera de sor Douda

jueves, 24 de noviembre de 2011

La mala memoria


Apenas te olvido
me pides un tango
lo bailo contigo
escucho tu alma
me miro en tus ojos
te mezo en mis brazos
me abrasa tu boca
te falta el aliento
me vuelvo de fuego
te vuelves de agua.

De pronto recuerdo
que no te he olvidado
que tú no me olvidas
y al instante olvido
las veinte razones
por las que aquel día
me impuse olvidarte.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Que me quiten lo bailao...

Éramos felices cuando estábamos juntas y ya entonces te lo decía: Si esto un día se acaba, que me quiten lo bailao.



Qué bonito es este tango, mucho más lindo que la homónima y eurovisiva canción. Dice más y sabe mejor. Escucha, cierra los ojos, imagina que lo bailas, no importa si no sabes, con la imaginación todo puedes hacerlo, todo se puede sentir. Te suelto, te recojo, me miras con despecho, te miro con deseo, te alejas, me buscas, me abrazas, te beso, te dejas... La pasión, que es como un tango. La vives mientras lo bailas.
Baila, hermana, baila. Y que luego nos quiten lo bailao
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lunes, 21 de noviembre de 2011

No te pierdas


Como nadie mira arriba, tengo que hacer un post para avisar de que hay un plano del convento y un detalle de las celdas y sus moradoras. Mira en la pestaña de arriba (la del blog) en Directorio 1ª planta. Y si no, pincha aquí.

Hay alguna, que no quiero señalar, que dice que no le parece bien estar en una celda en donde de una parte está sor Amor y de la otra una habitación para visitas en plan pareja, que se quiere ir con la jubilada. Pero no.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Jornada electoral: Ejercemos

De las once flores del convento, dos no han acudido a las urnas, dos han votado por correo, tres se han aventurado a llegar hasta las urnas a cara descubierta y otras cuatro votamos desde el coche. Éramos sor Amor, sor Alicia (la de las galletas de la virgen María), sor Casta y servidora. Nos han sacado en la tele y todo a las cuatro cuando el presidente de la mesa electoral se ha acercado hasta el coche, escoltado por la policía, y nos ha tomado los votos, uno a uno. No los de castidad, que esos no los llevábamos encima -excepto sor Casta- ni venían a cuento, sino los de las elecciones del día de hoy al Congreso y al Senado.

No es que llevemos tan a rajatabla lo de la clausura o que nos neguemos rotundamente a que nos vean las caras o se fijen en nuestro bamboleo de caderas, es que -por más que los medios hayan disfrazado la noticia con motivos religiosos o de edad- lo que ha ocurrido de verdad ha sido que la policía no ha dejado salir del coche a sor Casta, creemos que debido a las características de su hábito (en la foto no se ve entero, pero es que por abajo es mu fuerte, Mari) y las demás nos hemos solidarizado con ella y tampoco hemos querido salir. "¡Todas somos sor Casta, que vengan a tomarnos los votos!", dijimos. Nuestro deseo se hizo orden y nuestra orden se hizo voto. Amén.

Durante el día de ayer, incluida parte de la noche, haciendo uso de nuestro derecho a reflexionar, sor Alicia, sor Amor y yo reflexionamos juntas y más bien parecíamos tertulianas de La Noria que serenas y bien avenidas hermanas de la O.D.L. (Orden de Lesbos) a decir de los gritos que nos dábamos cuando unas a otras nos intentábamos convencer de a qué partido votar, a cuál no votar, sobre si abstenernos o votar nulo. Por una-nimiedad llegamos a un acuerdo: no votar a ningún partido que fehacientemente se haya manifestado en contra de los derechos de nuestra Orden. Por lo demás, y para abandonarnos al sueño en paz con nosotras mismas y con las demás, decidimos dejar que cada cual hiciera de su capa un sayo.

Os dejo, que nos vamos todas -menos sor Casta- al refectorio a jugar al bingo electoral mientras asamos unas morcillas de Burgos en la chimenea.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Esto no es un SPA, sor Casta

Ya hemos alojado a la embozada recién llegada, que ha tomado por nombre el de sor Casta. Por decisión unánime la hemos trasladado desde la celda 21, con vistas al amanecer, a la celda 25, con vistas -tapiadas- al mar y sin calefacción. En la celda hay un pequeño camastro de 80 centímetros de ancho, mesita de noche, una mesa con flexo y una estantería vacía.   La celda es colindante con la 27, de sor Amor. 

Ahora llega el momento de ayudarla. Ya sabemos que no somos de la caridad pero eso no implica que no hagamos casi de todo las unas por las otras, con sentido del humor, sin sacrificios ni zarandajas.

Ella quiere castigarse, pero nos lo ha dejado claro: nosotras no podemos castigarla personalmente -de momento-. Por otra parte, aunque parece que hablaba de dolor físico para contrarrestar o anular el dolor del alma, yo no me creo mucho esa teoría, porque si estoy triste y desconsolada lo único que me falta es que me duela una muela para hundirme en la miseria. La proveeremos de lo necesario para que sufra como prefiera.

Por parte de la comunidad hemos echado mano de los primeros auxilios, y prueba de ello es la celda que le hemos asignado. Todavía queda que le hagamos algunos regalos que llenen sus estanterías, cajones y alma para que se sienta lo mejor peor posible.

Por mi parte le voy a regalar un trabajo y dos cosas materiales:

  • entender a sor Amor y que luego me lo explique,
  • un ejemplar de Yo no soy yo, evidentemente, de Torrente Ballester,
  • un hábito que me hice por carnavales, del que dejo foto:

Ya ha tenido promesas de regalos en los susurros del anterior post, que dice aceptar unos de buen grado y otros de mala gana. El que peor va a llevar será el de no poder participar de las comidillas tertulias de la hora sexta, ofrecido por la hermana Gutapercha de Jabariego y Gerundiez. No hay de qué, para eso estamos, sor Casta. Esperamos que en breve puedas abandonar el convento convertida en sor Raimunda.

Al entrar en la celda me ha pedido que, por favor, alguien le regale un berbiquí de barrena o un taladro eléctrico, cuyo destino no ha querido desvelarme, pero sé que no es para colgar cuadros.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

¿Qué hacemos con la de la celda 21?

Ayer, bien entrada la noche, me despertaron los campanillazos del torno. Salté de la cama y volé hasta la entrada. Pregunté ¿quién va?, mientras me asomaba por la rejilla. Envuelta en la oscuridad adiviné la silueta de una mujer joven que me susurró: "Querría ingresar en el convento, al menos durante una temporada. No pertenezco a la ODL pero simpatizo con vosotras. ¿Podría ser?"

Le abrí el portón y la invité a pasar. 

- Tenemos muchas celdas vacías, podría enseñártelas para que eligieras una -le dije.

- No. Yo ya he hecho la elección. Quiero la celda de castigo.

- Aquí no tenemos de eso, amiga, pero ¿acaso pretendes que te castiguemos?

- ¡No, no! Vosotras no. Quiero castigarme yo misma. Necesito látigos, cilicios y cualquier otro elemento de auto-tortura que me podáis recomendar.

- ¿Qué culpas terribles quieres purgar?

- Cosas mías.

- Bueno, bueno, ya hablaremos de todo eso mañana, después de reunirnos todas para ver si se acepta tu ingreso. Ahora necesitas dormir. Provisionalmente te voy a llevar a la celda 21, con vistas al amanecer.

¿La admitimos o no?

En caso de que sí, ¿qué nombre de sor le ponemos/sugerimos?

La confesión de Antonia, la asesina del pascuero

Querida Ella:

Como cada año, a más de un mes de las navidades, los grandes almacenes se empiezan a vestir de luces, se va colocando el alumbrado en las calles principales y los mercadillos enrojecen de pascueros.

De pascueros te quería hablar, Ella, de uno en particular, el que está encima de la lavadora y se bambolea en este momento al son del centrifugado. Vino a casa hoy hace dos años, para el cumpleaños de Lola, envuelto en celofán transparente con estampado de frutas y hortalizas de muchos colores. Se lo mandaba su ex, por la que Lola sentía devoción y creo que la siente todavía. Es lo que yo sospecho, porque se le saltaron las lágrimas cuando vio la planta y leyó la tarjeta que la acompañaba "Felisidades mi amor. Siempre tulla, Maite". La puso encima de la lavadora porque dice que ahí recibe la luz más adecuada y porque el masaje vibrador de las centrifugaciones le produce un efecto beneficioso que activa la circulación de la savia. A mí me pone cara de puag cuando mira el pascuero, lo mismo que cuando oye el nombre de Maite, pero yo sé que finge antipatía, porque lo riega, lo mira, le ha puesto nombre y no le quita las hojitas secas porque no se le seca ninguna hojita, y cuando tiene insomnio y se levanta a tomarse un vaso de leche, habla con la dichosa planta. Lo he visto yo con estos ojos, Ella.  No sé lo que le dice, parece que reza. Yo odio a esa maceta y odio a Lola cuando la mira a escondidas con cara de cordera degollada. El año pasado por estas fechas le puse a Lola la maceta y la maleta en la puerta. Vete con ella. No la quiero. Pues no te vayas con ella, pero vete de aquí. No me voy porque te quiero. Yo a ti no, ni a tu puñetera maceta roja. Tira y afloja con resultado de Lola se queda y su maceta vuelve a la lavadora.

Foto del pascuero Jessica
Querida amiga Ella, el pascuero me tiene frita. Desde que entró por esa puerta es como si el aire estuviera espeso y costara respirarlo o moverse a su través. El puñetero no se muere. Ni siquiera se le caen las hojas como les pasa a todos los pascueros que he tenido el gusto de conocer, lo que sería una buena excusa para echarlo al cubo de la basura. Yo todos los días le echo en la tierra unas gotas de amoniaco o de lejía o de agua fuerte o de Cillit Bang, pero parece que está vacunado contra toda clase de venenos. Claro que podría acabar antes tirándolo pero eso sería declararle la guerra a Lola con los humos que se gasta, y además ese es capaz de volver andando a casa y subirse a la lavadora. Te mando una foto para que veas la salud que tiene el jodido pascuero después de un año de tratamiento.

Me siento una psicópata asesina de pascueros y no sabía a quién contárselo. Guárdame el secreto.

Con cariño,

Antonia

jueves, 10 de noviembre de 2011

De profesión, salvadora

Hoy, para la tertulia de la hora sexta, nos hemos dejado caer encima el solecito amable que nos ha traído el día, tumbadas y sentadas en el prado de atrás. Las charlas siempre comienzan por un punto indeterminado que surge al azar, no terminan en tesis alguna y luego cada una, si le apetece, se lleva las ideas a la intimidad de su celda para las horas de meditación. 

Hoy andábamos a vueltas con el latín, puella-puellae, rosa-rosae... y hemos desembocado en plus ultra, dos palabras que a las mayores nos han llevado a recordar aquella conocidísima Operación Plus Ultra de los años sesenta, mediante la cual se seleccionaban niños y niñas distinguidos por actos de heroísmo, abnegación y sacrificio por los demás, a menudo corriendo riesgos vitales. Luego, a la selección de selecciones, la paseaban por España y en alguna ocasión la llevaban a ver al Papa.



Decía sor Hortensia que de ahí le viene a ella su espíritu salvador, cuando de niña escuchaba aquel programa de radio y se le ponían los vellos de punta oyendo hazañas infantiles y soñando con que un día fueran famosos su nombre y su historia como heroína salvadora. Salvó al gato de la vecina, que se había encaramado a un árbol, le dislocó un hombro a una anciana para evitar que la atropellara un carromato, se dejó las pestañas bordando mantillas para sacar adelante a su familia pobre... pero su heroísmo infantil no salió de su casa y apenas tuvo eco en la aldea, llena de niñas que, como ella, aspiraban a ser un día heroínas. Ya adolescente escuchaba historias de abnegación de las vecinas de su pueblo: la que renunció a estudiar y a tener marido por cuidar de su madre enferma, la que aguantó golpe tras golpe de su marido borrachín por no abandonarlo a su suerte. Recordaba las caras de su madre y de las otras mujeres que escuchaban las historias ¡qué gran mujer! ¡una santa! Ella, cuando fuera mayor, quería ser una gran mujer, una santa.

-Y así me fue de mayor -nos contaba sor Hortensia-. Estudié para enfermera, curé muchas heridas y limpié muchas cacas nacionales, lo que no me parecía suficiente heroísmo, de modo que me embarqué con rumbo al oeste de África para curar heridas, limpiar cacas y poner vacunas a los más pobres del mundo, porque me acordaba de aquellas batidas por el pueblo con la hucha del Domund para salvar negritos, hasta que caí enferma de malaria y tuve que volver a mi casa. 

- Me casé con un hombre malo y feo para, con mi amor, convertirlo en guapo y bueno -prosiguió-. Eso no tuvo punto de comparación con lo de África, fue muchísimo peor, porque él siguió malo y feo y yo no acabé con malaria, sino con "de todo un mucho". Luego, cuando me dieron el alta en el hospital, decidí renunciar a ser tan gran mujer y tan santa y me puse a hacer aquello que siempre había deseado y a lo que siempre había renunciado en aras de ser heroína, pero eso no le gustaba a la gente de mi pueblo, que chismorreaban y me miraban de soslayo al pasar. Yo escuchaba decir palabras sueltas: "pobre hombre" (eso iba por mi exmarido), "tortillera de mierda" (eso iba por mí). Entonces sí fui famosa en mi pueblo, pero no heroína. 

-Pero no creáis que por dejar un marido malo y feo para simpatizar con la orden de Lesbos estaba renunciando a mi meta heroica. Me propuse curar con mi amor a Josefita, que venía tan traumatizada como yo de una relación anterior, me propuse comprender y ayudar a Pepita y luego a Juanita, cada una con su saco de problemas y sus correspondientes secuelas indeseables (para mí sobre todo, que es lo que ahora cuenta). Seguí sin ser una heroína ni me llevaron a ningún programa de radio a contar mi abnegación y mis sacrificios. Solamente conseguí ser "nada". Por eso dejé de ser seglar de la Orden y me puse los hábitos de clausura para reflexionar sobre mi ansia de heroísmo. Ya he aprendido y ya me puedo echar de nuevo al mundo.

-¿Y qué es lo que has aprendido? -le preguntamos a coro.

- Eso queda para mis adentros, hermanas. Nunca se aprende en pellejo ajeno, así que aplicaros cada una en vuestros temas y acabad por ser felices, que eso sí que es un acto de heroísmo y de generosidad.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Reparar sueños

Haber dejado caer accidentalmente en sueños un trozo de tarta tiene para mí un significado bastante claro, sobre todo viniendo el regalo de quien venía, nada más y nada menos que de sor Amor, y me he dado cuenta de que en los últimos tiempos he ido perdiendo trozos de tarta también en la vida real, unas veces por desgana, otras por despiste y otras por desconfianza o miedo.

El viernes pasado estaba yo en estas y otras meditaciones cuando tocó y abrió tímidamente mi puerta una novicia recién llegada a la que no había visto aún. Colorada y cabizbaja, me ofreció un pequeño paquete. Una vez lo dejó en mis manos, se marchó tan deprisa que se le volaba el hábito, sin darme tiempo de darle las gracias ni despedirme de ella, ni mucho menos de preguntarle qué era aquello o quién me lo enviaba.

A solas con el paquete en la mano, comencé a abrirlo y apareció una tarjeta con el siguiente mensaje: Espero que esta vez no lo dejes caer al suelo. En el interior había un jugoso pastel, que dejé cuidadosamente sobre la mesa antes de salir corriendo  hacia la celda de sor Amor, pero tuve que correr poco rato porque me estaba esperando en el primer recodo del pasillo. Durante tres días he degustado y compartido con ella ese y otros dulces, atentas ambas a no dejar caer ni una miga.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Dormir ligero, soñar pesado

Hace ya mucho tiempo que duermo ligero, es un sueño de esos que te hace despertar a cada rato y que te deja la sensación de que has estado despierta mientras realmente estabas dormida. Sabes que has dormido porque es imposible que hayas estado pensando esa sarta de tonterías que vas recordando en los intermedios, mientras vas al baño o te ajustas las sábanas.

Anteanoche, sin ir más lejos, soñé que sor Amor venía por calles y tiendas junto a mí y a otras personas sin rostro. Cuando me acercaba o le hablaba, se giraba, no quería ni verme ni oírme. Durante todo ese tiempo, sor Amor era muy bajita, estaba fea y despeinada, ni su cuerpo ni sus facciones eran las suyas, pero yo sabía que era ella. Tenía un pellizco en el estómago por su fealdad, fea por ignorarme. Al rato, durante el mismo paseo, sor Amor me acompañaba a una tienda de artesanía en la que yo quería comprar una ensaladera gigante para hacer la receta de ensalada que ella me enseñó. Entonces era tan guapa como es en realidad, pero más alta, muy bien vestida con falda, botas, una blusa azul celeste y un pañuelo de colores alrededor del cuello, y yo era casi feliz, no del todo porque recordaba que un rato antes ella había sido fea y tenía miedo de que volviera a transformarse.

Cuñita de jugosa tarta
Ayer tuve sueño toda la mañana. Durante minutos o segundos me dormí en la biblioteca, me dormí en la sala de lectura, me dormí en el refectorio, me dormí en un banco del claustro. Por la tarde, ya en mi celda, quise irme a la cama y dormir como mandan las diosas. Cinco minutos pude dormir, y en ellos soñé que sor Amor y yo íbamos de nuevo por calles y tiendas, pero esta vez solas. Ella compró algo en un bazar deslavazado, después fue a un estante y cortó una pequeña cuña de tarta que me dio a comer mientras ella iba al servicio. Era exquisita, la mejor tarta que jamás hubiera probado. No podía creer que en un lugar así pudiera encontrarse un manjar tan delicioso, yo no habría reparado en él, solo ella pudo hacerlo y lo había puesto en mi mano con una mirada llena de amor. Mientras ella iba al baño, y apenas le había dado un mordisco al trozo de tarta, el resto se me cayó al suelo y de pronto sentí desesperación. Quise pedirle a la dependienta una cucharilla para comerme la parte que no estaba en contacto con el suelo. Quise limpiarlo todo para que cuando ella saliera del baño no viese que su trozo de tarta se había convertido en una informe masa estrellada.

En ese punto desperté, aún con ganas de seguir comiendo de la tarta que sor Amor me había dado, con tantas ganas que tuve que pedirle a la hermana portera, que no es de clausura, que saliera a comprarme un trozo de tarta como aquel. Le tuve que explicar cómo era, a qué sabía, cuál era su textura... Volvió con uno bastante parecido y me lo comí con deleite. ¡A tu salud, sor Amor!

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Las internas y sus razones

Aquí, al igual que yo, hay unas pocas internas. Las demás, de la Orden o de fuera de ella, son bienvenidas, entran y salen cuando quieren. Es una clausura relativa, es solo que nosotras, las internas, no salimos, aunque tenemos unas hermosas vistas al exterior desde nuestras celdas, de un lado y allí al fondo, el mar, detrás de la ciudad que bulle de gente. Por los otros tres costados se extiende una hermosa montaña de verdes pinsapos.

Los motivos que nos han llevado a entrar en clausura son diversos pero todos ellos vienen a decir que es necesario apartarse de mundanal ruido durante un tiempo, aunque en la cabeza de unas pocas ronda la idea de "para toda la vida". No es mi caso ni el de la mayoría. Confieso que se está bien aquí, el ambiente es libre y relajado.  ¿Dije ambiente? Sí, lo dije. Decía que el ambiente es libre y relajado para casos en los que se hace obligada la reflexión y la puesta a punto.

Otras y nosotras mismas en ocasiones parecidas a las que nos trajeron aquí, nos hemos echado al ruido, a la actividad frenética, nos hemos volcado en el trabajo, hemos pateado calles y bares, hemos hecho largos viajes, e incluso nos hemos asociado a tugurios sórdidos de mujeres desesperadas. Nada hay tan desesperanzador como entrar en estos últimos y darnos cuenta de que cada una de nosotras carga una enorme mochila sobre las espaldas, mochilas llenas de desamor o de sueños rotos. Las calles, los viajes, los bares, la actividad frenética nos han sentado bien a unas, regular a otras y pésimamente a una minoría. Sea el caso que sea, en esta ocasión nos hemos decidido por la clausura.

Poco a poco, en estas cartas se irán desgranando las historias que a cada una de nosotras nos han traído hasta aquí.

domingo, 30 de octubre de 2011

Los desvaríos de sor Alicia

Esta tarde a la hora sexta -hora de la siesta por si no conoces los términos conventuales- no todas dormían, algunas acababan de levantarse, como sor Alicia del país de las Maravillas, a la que no veíamos desde ayer al anochecer, otras paseaban por el claustro  y otras nos reuníamos en amena charla ante unos cafés en mi celda. En eso estábamos cuando vemos llegar a sor Alicia con la falda mal colocada, los pelos revueltos, los ojos un poco desencajados y una sonrisa beatífica en los labios.

-Creo que aquellas galletas de la virgen María que me dio la madre hortelana son milagrosas -nos dice conforme se va sentando a nuestro lado.

-¿Por qué? -cantamos las demás a coro.

- Veréis, anoche cuando me fijé en lo tarde que era me di cuenta de que no me había provisto de vituallas para la cena y ya era demasiado oscuro como para salir al huerto. Entonces me acordé de aquellas galletas de la virgen María, que todavía no había probado, y me comí una. Y entonces empezó el milagro. Sentí que caía y caía y caía... y luego no supe nada más. Me acabo de despertar ahora, pero ¿sabéis qué? Yo estaba sobre el colchón, pero el colchón no estaba sobre la cama y tampoco estaba en mi celda. El colchón y yo estábamos en la celda vacía de la hermana Gertrudis, la que se salió de la orden. Y me he despertado ahora. He tardado un buen rato en encontrar mi ropa pero estoy estoy más bien, tranquilaaaa, relajadaaaa, ummmmm... -nos dice abrazándose a sí misma y elevando su mirada al techo- ¡Esto ha sido un milagro!

- Cariño, -le dice la madre hortelana que estaba en el grupo- yo nunca dije la palabra "virgen" cuando te di las galletas de maría.

sábado, 29 de octubre de 2011

La primera vez que...

Hay muchas cosas que nunca nos han ocurrido ni creemos que nos vayan a ocurrir, como enamorarnos dos veces de la misma persona. Cuando la relación terminó años ha, cuando se hizo el duelo y el recuerdo ya no te hace reír ni llorar, el amor se puede dar por terminado y puedes ver a aquella mujer sin los adornos que le pusiste al enamorarte, desnuda, con sus defectos y sus virtudes. Entonces puedes llegar a pensar qué locura de vida habría sido aquella, que aunque quede el cariño nada mejor pudo ocurrir que una separación, o que tal vez habría sido bonito en otras circunstancias, pero hasta esto se piensa sin énfasis ni nostalgia alguna.  El deseo desaparece, de todo fuego no quedan ni las cenizas y si alguna vez se te ocurre pensar si podrías enamorarte otra vez de ella, se te arruga la nariz: o se ha convertido en algo así como tu hermana o en alguien indeseable que no quieres a tu lado ni en pintura. Sea como sea, se te arruga la nariz solo de pensarlo.

Aunque la conocí cuando ya tenía años y experiencia suficientes como para creer saberlo todo, ella fue la primera que me hizo notar partes de mi cuerpo que creía insensibles, la primera para la que no busqué puente que borrase sus besos de mis labios, la primera que me ocupé de olvidar paso a paso, duelo a duelo, hasta que se fue volviendo un recuerdo sin pena ni gloria, la primera con la que compartí unas emociones de tal intensidad que la relación no podía durar sin quemarse más de un puñado de semanas. Pero lo más importante y curioso a la vez es que ella fue la primera de la que pude enamorarme años más tarde con la misma intensidad que la primera vez, la primera a la que tuve que hacerle un segundo duelo. Y como no hay dos sin tres, quién sabe si dentro de unos años volverá a llamar a mi puerta y yo, olvidada qué me habré creído de ella, volveré a sentir la misma pasión otra vez, a amarla con la misma fuerza y a llorarla con la misma pena un puñado de semanas más tarde. No me aterra el pensarlo, aunque quizás debiera.

P.S. Y ahora que lo pienso ¿quién dijo que es necesario pasar el duelo sin usar puentes y que así es cuando la historia se olvida y se entierra para siempre? Mira por dónde, para una vez que no puenteé...