domingo, 30 de octubre de 2011

Los desvaríos de sor Alicia

Esta tarde a la hora sexta -hora de la siesta por si no conoces los términos conventuales- no todas dormían, algunas acababan de levantarse, como sor Alicia del país de las Maravillas, a la que no veíamos desde ayer al anochecer, otras paseaban por el claustro  y otras nos reuníamos en amena charla ante unos cafés en mi celda. En eso estábamos cuando vemos llegar a sor Alicia con la falda mal colocada, los pelos revueltos, los ojos un poco desencajados y una sonrisa beatífica en los labios.

-Creo que aquellas galletas de la virgen María que me dio la madre hortelana son milagrosas -nos dice conforme se va sentando a nuestro lado.

-¿Por qué? -cantamos las demás a coro.

- Veréis, anoche cuando me fijé en lo tarde que era me di cuenta de que no me había provisto de vituallas para la cena y ya era demasiado oscuro como para salir al huerto. Entonces me acordé de aquellas galletas de la virgen María, que todavía no había probado, y me comí una. Y entonces empezó el milagro. Sentí que caía y caía y caía... y luego no supe nada más. Me acabo de despertar ahora, pero ¿sabéis qué? Yo estaba sobre el colchón, pero el colchón no estaba sobre la cama y tampoco estaba en mi celda. El colchón y yo estábamos en la celda vacía de la hermana Gertrudis, la que se salió de la orden. Y me he despertado ahora. He tardado un buen rato en encontrar mi ropa pero estoy estoy más bien, tranquilaaaa, relajadaaaa, ummmmm... -nos dice abrazándose a sí misma y elevando su mirada al techo- ¡Esto ha sido un milagro!

- Cariño, -le dice la madre hortelana que estaba en el grupo- yo nunca dije la palabra "virgen" cuando te di las galletas de maría.

sábado, 29 de octubre de 2011

La primera vez que...

Hay muchas cosas que nunca nos han ocurrido ni creemos que nos vayan a ocurrir, como enamorarnos dos veces de la misma persona. Cuando la relación terminó años ha, cuando se hizo el duelo y el recuerdo ya no te hace reír ni llorar, el amor se puede dar por terminado y puedes ver a aquella mujer sin los adornos que le pusiste al enamorarte, desnuda, con sus defectos y sus virtudes. Entonces puedes llegar a pensar qué locura de vida habría sido aquella, que aunque quede el cariño nada mejor pudo ocurrir que una separación, o que tal vez habría sido bonito en otras circunstancias, pero hasta esto se piensa sin énfasis ni nostalgia alguna.  El deseo desaparece, de todo fuego no quedan ni las cenizas y si alguna vez se te ocurre pensar si podrías enamorarte otra vez de ella, se te arruga la nariz: o se ha convertido en algo así como tu hermana o en alguien indeseable que no quieres a tu lado ni en pintura. Sea como sea, se te arruga la nariz solo de pensarlo.

Aunque la conocí cuando ya tenía años y experiencia suficientes como para creer saberlo todo, ella fue la primera que me hizo notar partes de mi cuerpo que creía insensibles, la primera para la que no busqué puente que borrase sus besos de mis labios, la primera que me ocupé de olvidar paso a paso, duelo a duelo, hasta que se fue volviendo un recuerdo sin pena ni gloria, la primera con la que compartí unas emociones de tal intensidad que la relación no podía durar sin quemarse más de un puñado de semanas. Pero lo más importante y curioso a la vez es que ella fue la primera de la que pude enamorarme años más tarde con la misma intensidad que la primera vez, la primera a la que tuve que hacerle un segundo duelo. Y como no hay dos sin tres, quién sabe si dentro de unos años volverá a llamar a mi puerta y yo, olvidada qué me habré creído de ella, volveré a sentir la misma pasión otra vez, a amarla con la misma fuerza y a llorarla con la misma pena un puñado de semanas más tarde. No me aterra el pensarlo, aunque quizás debiera.

P.S. Y ahora que lo pienso ¿quién dijo que es necesario pasar el duelo sin usar puentes y que así es cuando la historia se olvida y se entierra para siempre? Mira por dónde, para una vez que no puenteé...