jueves, 29 de diciembre de 2011

{this moment}

Al otro lado del daño involuntario

Hablar del daño que una persona le causa a otra es fácil si somos meros observadores situados en un punto exterior a la línea de fuego, que es la línea del daño mismo. Desde esa posición no nos resulta complicado denunciarlo, condenarlo o justificarlo, o lo que es lo mismo: juzgar y dictar sentencia. Tampoco es difícil permanecer al margen.

Un poco menos fácil es verbalizar o denunciar un daño que se nos ha causado cuando estamos a este lado, es decir, en un extremo de una línea de daño, que nos apunta. La dificultad para expresarnos puede venir del respeto que sentimos por la persona que nos hirió, o del miedo a veces, otras porque no queremos dar una imagen victimista, otras porque comprendemos que existe el daño involuntario y esta vez nos ha tocado ser objeto del mismo... Sin embargo, aunque nos callemos, sentimos tener todo el derecho de gritar de dolor, de frustración o de humillación. Desde luego, lo que no podemos hacer es permanecer al margen, porque somos nada más y nada menos que la parte herida.

Y subiendo en la escala de dificultades, lo más difícil y también lo menos frecuente, es hablar desde el otro lado del daño, que es el punto inicial de la línea que por el otro extremo apunta a la persona herida. Desde esa posición podemos no sentir nada -por fortuna es lo menos frecuente- o sentirnos culpables, por más que la Psicología nos intente convencer de que no tenemos culpa de lo que no hemos podido/sabido evitar (dicho sea de paso, actualmente también nos intenta convencer de nuestra falta de culpa en los daños voluntarios que causamos, lo que me parece casi una aberración). Para salvar este sentimiento de culpa, podemos encogernos de hombros y seguir el camino con la cabeza gacha, o escapar lo más lejos posible de la persona herida o de las que están fuera de la línea del daño pero toman partido en favor de ella. En cualquier caso nos proveemos para el camino de cualquier argumento atenuante o eximente que, llegado el caso, pueda servirnos como defensa. De lo que no hay duda es de que nos resulta tan difícil permanecer al margen como pedir disculpas, porque disculparse implica autoinculparse.

No ha amainado del todo la tormenta que me llevó a enclaustrarme, y así habría tenido que seguir, enclaustrada, durante mucho más tiempo, sin permitirme vacaciones ni escapadas lúdicas ni eróticas ni festivas, porque cuando aún sopla la ventisca es muy probable ponerse a dar palos, de ciego pero palos al fin y al cabo. Confieso que, involuntariamente -y con la mejor intención, pero eso no debería contar porque ya soy mayor como para saber prever ciertas cosas- he hecho daño a más de una persona en el transcurso de los últimos meses. Me pesa. Lo siento.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Además de que me gusta, me sale gratis

Hoy me llamó por teléfono una conocida, emocionada porque había terminado el último de una serie de cursos de coaching integral y me contaba maravillas de cuánto había cambiado su vida. ¿No me notas más madura, más serena? –me preguntaba. Yo, la verdad es que así por teléfono la notaba como siempre, igual de acelerada, me cuesta trabajo seguirla porque creo que habla a más revoluciones de las que es capaz de procesar mi cerebro.

Debe de estar de moda hacer cursos de coaching y esa palabreja yo la tenía asociada al mundo de los negocios, que no es ni ha sido nunca el mío. El caso es que me contó tantas maravillas del coaching, ilustradas con ejemplos de actividades "impactantes" (sic) que aún con un poco de desgana le hice unas cuantas preguntas de tipo práctico.

Cojo un papel para tomar notas y le pregunto cuántos cursos son.

- Se hacen tres cursos, cada uno de un nivel superior al anterior -me dice-. El primero es el Básico.

Escribo en el papel: 1º Básico.

- El segundo es el Avanzado.

Escribo: 2º Avanzado.

- Y el último, ese que te digo que es ya la repera, es el BEA. -(Yo lo entiendo así, con B, de Bea de toda la vida).

Escribo BEA y le pregunto qué significa. Me responde y entiendo que me dice que son las siglas de Misión En Acción. 

Tacho BEA y pongo MEA. Y le digo "Parecen de coña las siglas, eso de MEA..."

- ¡He dicho VEA, Visión, con uveeee, En Acción!

Tacho MEA y pongo VEA.

- ¿Cuánto cuestan? -le pregunto.

- Pues mira, Mari, baratísimos para lo que te aportan, para lo que creces, para lo que aprendes de ti misma, para tu trabajo, para tus relaciones familiares, ¡para todo! Son 400 euros el primero, 600 el segundo y 800 el VEA.

No apunto nada.

- ¿Cómooooo? ¿Quién tiene esa pasta? -por no decirle lo que le habría dicho si no estuviera feo en boca de una hermana de esta insigne Orden.

- ¡Vale la pena! Fíjate, Ella, te voy a poner un ejemplo de cómo te aclara la vida, de cómo por fin eres tú quien la maneja, sabes tomar tus decisiones, te das cuenta de tus errores vitales, que una de las chicas que ha hecho los cursos conmigo, que era lesbiana como tú (el "como tú" lo dijo con retintín) ha dejado a la novia y se ha echado un novio guapísimo.

... ... ... ... ... 

martes, 20 de diciembre de 2011

Blogueras nómadas por persecución

  1. Ahí a la derecha está la lista de blogs que sigo. Todos están escritos por mujeres, casi todas son lesbianas, muchas se dedican a la enseñanza, casi todas pasaron los treinta-y-pico y todas escriben bien, es decir, se expresan correctamente y saben expresar aquello de lo que desean dejar constancia o quieren transmitir. 
  2. Es obvio que a todas les gusta contar cosas y con ello buscan cualquier objetivo, desde satisfacer la necesidad de escribir, hasta el de ser leídas, abrir debates, crear polémicas, compartir puntos de vista o incluso ligar.


Soy bloguera, y eso indica que a mí también me gusta contar cosas, pero... con los datos del punto 1 se puede saber mucho más acerca de mí y de mis gustos sin ni siquiera haber leído una sola de mis entradas. Ya con esa información estaré en una lista de, pongamos, 30 candidatas a ser yo misma, mi persona real o la persona virtual de la que dejé rastro en otros blogs o publicaciones mías anteriores. Si a eso le añadimos que tengo un blog, podemos fijarnos en el tipo de plantilla o de letra que he elegido y, para mentes más especializadas, en cuál es mi estilo de escritura, coletillas que utilizo, extensión de mis entradas, etc. Eso reduce considerablemente la lista de candidatas a ser yo misma. Vemos a quién le comento, quién me comenta, en qué tono lo hacemos... Ahí se ve a quiénes posiblemente conozca personalmente, el tipo de relación que nos une, si es personal o virtual, amistosa o de pura vecindad...

Conclusión: No hace falta ser Sherlock Holmes para determinar con una alta probabilidad de acierto quién es quién a través de su blog, salvo primerizas, que no han dejado rastros anteriores.

Con esta introducción -larga como cabía esperar de mí por parte de quienes conocen mi forma de expresarme- vengo a decir que por más que nos vayamos mudando de un blog a otro con tal de mantenernos anónimas o inexistentes para determinadas personas, bastan como mucho unas semanas para que nos identifiquen con un nick anterior, máxime si quien nos busca vive solo para encontrarnos.

Sin ir más lejos, este blog fue inaugurado casi a las 7 de la mañana de un día de octubre. No habían pasado tres horas y mi fan secreta más obstinada -a la que conozco de cara, nombre, vida y milagros- ya lo había localizado a través de un comentario que dejé en otro blog, y eso que usaba un nick diferente. De hecho la idea de cambiar de blog no fue por pasar inadvertida, sino que el nuevo blog fue mi símbolo de un cambio de vida, habiendo dejado la que acababa encerrada en el blog anterior. (Otras veces he cerrado un blog "para siempre" -que luego resultó ser una temporadilla- por tristeza). A mí no me molesta en absoluto que mi fan secreta me lea cada día cinco veces como promedio -aunque no me haya dejado ni un solo comentario en años- ; ya leía mi anterior blog con la misma o mayor voracidad desde que lo creé. Incluso tengo mis sospechas de que me lee para saber cuándo me pasa algo horrible y así correrse de gusto. ¿Y qué? no la voy a privar de semejante placer, ni aumentaría mi dolor el hecho de que ella se lo disfrutase. Por mí,  con toda esa penita, como si se cayera el mundo. Y quién sabe, lo mismo soy su amor imposible. Tanto da, me trae al fresco.

Conozco a varias amigas blogueras que tienen su pesadilla particular, de estilos e intenciones muy distintas, pero siempre ahí, siguiéndolas, escrutándolas, "amándolas", analizándolas, sojuzgándolas... De ellas, unas siguen con el mismo blog desde que lo crearon hace años, otras se mudaron y volvieron a ser localizadas, algunas cerraron el chiringuito y se dedicaron al macramé. Pero si nos gusta escribir, seguiremos haciéndolo. Nos gusta estar rodeadas de otras con las que nos sentimos afines y las seguiremos enlazando y comentando. Salvo que nos vaya la vida en ello, considero que nada ni nadie nos tendría que hacer sentir en la obligación de dar un paso de más ni de menos en el recorrido que nos hemos marcado en la vida, aunque solo sea un recorrido bloguístico.

Con eso no estoy criticando a las blogueras nómadas por persecución, sino animándolas a "pasar" de personajes importunos, porque al escapar les estamos dando nosotras un poder del que carecen. ¿No dicen que los perros huelen el miedo y ahí atacan? No solo los perros lo hacen.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Tengo un corazón de piedra

Descansa en paz, Sor Virtudes, que me quedo al mando.

El sábado descorrí las siete vueltas de llave de la celda y las tres del portón y salí al mundo exterior para celebrar mi cumpleaños, una salida que llevaba preparando con ilusión desde mucho tiempo atrás. Acostumbrada a que los planes en los que incluyo a otra persona corren el riesgo de irse al traste, como ha sido el caso, he ido desarrollando con los años una extraordinaria habilidad para improvisar planes B, y el de esta vez ha sido de verdad emotivo, tanto como para mandar a sor Virtudes a la jubilación celestial y ocuparme de lo que es mío.

Dónde estuve y con quién, me lo guardo, pero sí tengo que decir que volví llena de regalos: los que me hicieron y los que traje para dar. 





Me regalaron: un hogar acogedor, abrazos apretados, sonrisas y risas, palabras, oídos, mimos, historias fascinantes y desconocidas, tiempo, llamadas, correos, confianza, "cositas" llegadas y aún por llegar, el happy birthday en tres idiomas, un improvisado y divertido desayuno de cumpleaños con dos velas sobre una medianoche rellena de chorizo de Pamplona... 





La niña que trae suerte

Mención aparte merece una piedra violeta con forma de corazón que puso en mis manos, con la sonrisa dibujada en sus ojos de azabache, una niña preciosa que tenía los dedos pintarrajeados de rotulador.


Me dio por pensar que ese regalo me podría traer mucha suerte, por lo menos en el amor, que ya le vale a Afrodita los nueve meses que me está dando.

Irresistible



Mientras alguien me ofrecía un chocolate caliente con nata y canela, un mensaje inesperado de felicitación vibró en mi teléfono. Pasaban de las dos de la tarde. Siempre es hora y nunca es tarde si a mí me gusta.

El día en sí resultó ser un regalo: Extensiones de vida en tonos azules y dorados, el sol, la música, el viento. Enredado con ellos, un sueño.

Al convento traje pequeños y grandes regalos de Navidad. Cada regalo tiene un significado oculto que solo su destinataria puede descifrar.

  • Un despertador minúsculo para la pequeña sor Todouda, la dormilona.
  • Un cachorro para sor Terita, que en la puerta de su celda tiene escrito "Cuidado con el perro, tiene sentimientos", pero no tenía perro.
  • Un recetario de galletas milagrosas, para sor Hortensia.
  • A sor Alicia del País de las Maravillas, un puñado de ternura confitada.
  • Para sor Rita, unos pompones morados.
  • Una bola de cristal para sor Gafi.
  • Una idea "interesante" para el próximo viaje de sor Marca Pola.
  • Para sor Raimunda (antes sor Casta) un picardías de color rosa.
  • A sor Misterio, un hermoso sueño de diez mil noches.
Todos los regalos han sido entregados, excepto el que traje para sor No: Un "no recuerdo" envuelto en papel azul mar. Sin yo saber lo que contiene, sé que a ella le gustaría, pero solo podrá tenerlo el improbable día en que venga a verme... desnuda.

Cuando faltaba un minuto exacto para que terminase el día, recibí el regalo más sorprendente de todos cuantos me han hecho jamás por mi cumpleaños. Inesperado, deseado, vibrante, de fuego. Como para derretir un corazón de piedra.

No hay motivo de preocupación por mi precioso corazón violeta: lo mantendré a salvo junto a mí  por los siglos de los siglos.

Amén




P.S. Farala, Kali, Elenita, Kika, Luz, Bárbara, Eva, Marcela, Merce(des), Ángela, Lena, Tom, Andrea, Chris, papá, mamá, Babe, Antonio, Esther, Pupe y aquellas que (pienso) no querrían ser nombradas: ¡GRACIAS!

viernes, 16 de diciembre de 2011

{this moment}

De amor, pasión, pareja y migajas

Soy el espíritu de Sor Virtudes, abadesa en funciones post mortem desde el día 9 del corriente mes de diciembre, fecha en la que sor Ella se encerró con siete vueltas de llave en su celda, en la que yo me cuelo por la puerta o por los muros -para algo soy incorpórea- cuando quiero espiarla o hacerle compañía. Sigue condolida y callada. De tarde en tarde acepta la visita de algunas hermanas con las que comparte secretos y ternuras, solo de aquellas que visten hábitos ligeros o van desnudas, y siempre de una en una.

Conmigo le gusta hablar porque dice que más sabe la diabla por vieja que por diabla, y más si ya ha llegado a la calidad de espíritu puro. Ella cuando quiere hablar de un tema empieza por una pregunta, algo por lo que a sor No se la llevaban los demonios, porque decía que daba mil rodeos para llegar a un punto. A mí, en cambio, me gusta darle bola. ¡Lo que aprendí yo en vida perdiéndome en rodeos! El otro día me preguntó:

- ¿Se puede vivir sin amor?

Quise saber más antes de responderle, porque a mi saber y entender no es sano vivir sin amor, tanto el no darlo como el no recibirlo causan tristeza y un montón de patologías. Pero no sé si ella quería preguntarme eso exactamente o más bien...

- ¿Te refieres a vivir sin pareja?

- No, sor Virtudes, me refiero a vivir sin amor. Sor No me dijo que yo no sabía vivir sin amor; llevo días reflexionando sobre eso y me parece que yo no sabría, no podría o, por lo menos, no querría. Creo que no sé vivir sin amor, pero tú has afinado bien con tu pregunta porque ella piensa que lo que no sé hacer es vivir sin pareja.

- ¿Y sabes?

- Ya ves, estoy viva.

- Pero no eres feliz.

- No soy feliz porque la quería y lo nuestro fue un querer y no poder de las dos. Me agoté.

- Está claro que querer y no poder no lleva a ninguna parte, solo a la frustración. Y ahora te pregunto más: ¿Estás enamorada?

- ¿De quién?

- De ella, de alguien.

- Casi siempre en mi vida estoy enamorada, de ella o de alguien -Una respuesta a medias que me dejó con la curiosidad en vena.

- ¿Y siempre que te has enamorado has vivido ese amor en pareja?

- No siempre, pero frecuentemente. Enamorarme y que se enamoren de mí implica unos deseos por ambas partes de estar cerca, de compartir muchas cosas... Y luego el sexo, el sexo me gusta, todo lo que conlleva, que no es solo el sexo puro y duro, es mucho más, es la gloria ¿y qué mejor que vivir la gloria muchas veces con quien me gusta a morir?

- Creo que ahí sor No te tiró una carga de profundidad, para hacerte creer de ti misma que te conformas con migajas con tal de tener una compañía permanente. Hay mujeres y hombres que lo hacen. ¿Has compartido cama y piel con alguien de quien no estuvieras enamorada?

- Claro que sí, muchas veces, pero no más de unas horas. Sor No sabe bien lo que hago con las migajas.

- Entonces sabes vivir sin pareja, pero te cuesta vivir sin pasión.

- No sé si es pasión la palabra justa, pensaré en ello.

La dejé con sus pensamientos. Enamorada casi siempre, dice ella. ¿Lo estará?

sábado, 10 de diciembre de 2011

Sor Ella, sor Amor y sor No

El espíritu de sor Virtudes escribió esta entrada:

Estáis deseando conocer la carta que dejé a Gutapercha, pero es ella quien tiene que desvelar o no su contenido. Entretanto y mientras sor Ella sigue con siete vueltas de llave en su celda, os hago llegar mi humilde saber y entender sobre el porqué de su encierro. No dejo juicio alguno, sino el testimonio de lo que observé en vida y en muerte. Solo me atrevería a hacer una recomendación saludable: Que sor Ella deje de andar desnuda por el mundo y que sor Amor se cambie el hábito por uno más cómodo que no le impida sentir ni dejarse sentir.

Sor Ella y sor Amor se amaban desde siempre, aunque hablasen diferentes idiomas y sus hábitos estuviesen hechos de distinto material. Solamente la piel era capaz de traducir los sentimientos de ambas a un lenguaje común que nadie más podía entender sino ellas mismas. Así, cuando se desnudaban, bastaba el roce de la yema de los dedos para que se iniciara la transmisión de emociones. Ya en ese momento comenzaban a escuchar y comprender las palabras de amor y de ternura que vestidas no podían entender una de la otra. En el aire sonaban cada vez con más fuerza todas aquellas palabras ahora traducidas por la piel: te quiero, te deseo, mi amor, mi vida, quédate conmigo, te amo.

El hábito de sor Ella era de seda de algodón y casi nunca llevaba cofia porque le impedía oír bien. Aunque más de una vez en la vida se había dejado aconsejar sobre vestimentas protectoras y se las había llegado a poner, se daba cuenta de que así no podía sentir y se las quitaba de inmediato. Ella siempre prefería sentir aún a costa de ser vulnerable. Por eso, si no llevaba aquel hábito era porque estaba desnuda.

El hábito de sor Amor era de malla de acero, largo y pesado, adornado de pequeñas púas brillantes, que cubría todo su cuerpo desde la punta de los dedos de pies y manos hasta el cuello. Por cofia llevaba una escafandra insonorizada de cristal irrompible.

Sor Amor se sentía vulnerable sin su hábito y, para que notase que no corría peligro alguno mientras estaban juntas, sor Ella se le acercaba desnuda y la abrazaba, a pesar de causarse arañazos y pinchazos por todo el cuerpo. Mientras tanto, ambas se decían palabras de amor que la otra no podía oír por aquella escafandra insonorizada de sor Amor. Sor ella le decía ¡desnúdate!, pero sor Amor no la escuchaba. Se lo decía con gestos y sor Amor negaba y negaba con el miedo en los ojos detrás de su cristal irrompible. Aunque desde dentro de su escafandra gritase ¡te quiero, sor Ella!  y desde fuera sor Ella le gritase ¡te quiero, sor Amor!, ninguna podía oír a la otra.

Sor Amor dejó de quitarse el hábito y la escafandra durante mucho tiempo. Solamente una vez en aquel tiempo, mientras se abrazaban, sor Ella consiguió que sor Amor accediera a quitarse un guante y de ese modo, aunque sor Ella se estuviera arañando con el hábito de sor Amor, ambas se durmieron mientras la piel de las manos de ambas traducía en sentimientos dulces las palabras sordas de una y otra.

Pasó mucho tiempo hasta que sor Ella decidió una noche dejar de gritar palabras que sor Amor no podía escuchar. Se cansó de desnudarse, de dejarse arañar, de no poder notar los sentimientos de sor Amor. Suponía que estaban ahí ocultos detrás de su hábito de metal y su escafandra de cristal irrompible, pero a fuerza de no sentirlos dejó de creer que existieran. Nunca más pudo conseguir que sor Amor se desnudase, ni siquiera una mano, para amarse juntas por lo menos a través de unos centímetros de piel. Sor Ella le cambió a sor Amor el nombre por el de sor No, a la vez que se sentía morir por las heridas, la incomunicación y el abandono. Fue entonces cuando tiró la toalla, hizo salir del convento a sor No y se encerró en su celda con siete vueltas de llave.

viernes, 9 de diciembre de 2011

The end

Soñaba con que este blog pudiera durarme años. Por suerte o por desgracia mis blogs han tenido siempre mucho que ver con mi estado de ánimo. Ahora, en este momento, no soy feliz. Así no puedo escribir cosas divertidas, ni siquiera me apetece hablar de las cosas que ocurren en el mundo ni en mi entorno. Ahora sí que me encierro en mi celda, con siete vueltas de llave. Lo siento.

martes, 6 de diciembre de 2011

Días de vino y sores

Los días fuera del convento no han trastocado mis hábitos de sueño y vigilia. He seguido durmiéndome a las tantas de la madrugada y despertándome cuando el sol ya llevaba un buen trecho andado. La experiencia ha sido enriquecedora y se me ha quedado corta, lo que no implica que quiera entrever en mi horizonte una salida de la clausura a corto o medio plazo.

Contraria por convicción a ligarme por contrato y devota como soy de lo absurdo, aproveché la concurrencia de sores a la cena del sábado para pedir matrimonio a tres de ellas. Una aceptó de inmediato, otra respondió que primero tenemos que 'hablarnos' -entiéndase como mantener un noviazgo que presumo largo- y la tercera se negó.

Los abejorros nunca mienten, según rezan las viejas supersticiones. Así fue como mi presentimiento del día 2 de los corrientes se hizo realidad: Regresaba yo al convento, exhausta de vino, trasnoche y tertulias, cuando me fue anunciada la inminente visita de incógnito nada más y nada menos que de la insigne señora Gutapercha de Jabariego. Dispuse del tiempo justo para llegar al convento, hacerme de provisiones, elaborar una cena a la altura de su abolengo y su delicado paladar, disimular mis ojeras, preparar la celda 17 y quitarme el delantal, antes de que sonara la campanilla del portón.

La cena, regada con el mejor Ribera del Duero, fue un éxito, a decir de la alegría que nos iba corriendo por las venas. A punto estuve de olvidar el asunto de la carta de la difunta sor Virtudes que obraba ya en poder de Gutapercha desde hacía varios días. De pronto lo recordé y se lo pregunté: ¿Y la carta, qué decía la carta?

-La carta -empezó diciendo ella- la carta... Tu carta, tu carta me dice que ya no me amas y yo, y yo me muero en cada renglón.

Lo consideré una evasiva, en tanto ella continuó, ya no hablando sino cantando:

-Ahora sé quién eres, una muñeca de pintura y cartón, mimada y caprichosa, por dentro toda hueca, que no tienes corazón ni pancreas ni ná.

Definitivamente Gutapercha no podía estar hablando/cantando en serio. Estaba claro que eludía hablar de la misteriosa carta recurriendo a uno de sus muchos artificios, en este caso concretamente a una copla de Manolo Escobar.

Un minuto antes de desmayarme por el sueño y el cansancio, atiné a pedirle -una sola vez- matrimonio también a ella y a escuchar por tres veces consecutivas su consentimiento.

A la mañana siguiente cuando me desperté no había rastro de la señora Jabariego. Habría dudado que hubiese sido real su visita de no ser porque alguien había dormido en la celda 17 y porque en la mía quedaban las huellas de una opípara cena en la que no hubo galletas milagrosas. Se había marchado con la misma celeridad y misterio con que había venido. 

Más tarde encontré en mi mesita de noche una nota manuscrita: "Esa carta dará mucho que hablar". 

viernes, 2 de diciembre de 2011

Salgo un ratillo de la clausura

Tenemos un encuentro entre hermanas de la Orden y, por primera vez en mucho tiempo, salgo de la clausura. Me siento virgen y casi inmaculada. Desconozco cómo afrontaré la vida extramuros, aunque algo me dice que será como un delicioso aperitivo. 

De excursión, con lo puesto y el set de supervivencia
Entretanto, tras haber practicado las exequias fúnebres en honor de sor Virtudes, con la pompa y boato que su vida y su muerte han merecido, estamos como quien dice con la mosca detrás de la oreja por no haber tenido noticias de Gutapercha de Jabariego y Gerúndiez, destinataria de la misteriosa misiva que la anciana y jubilada abadesa dejó para ella. Grandes han de ser los secretos que esconde o grande el dolor por la pérdida de la que ella llama Virtuchi, o ambas cosas.

Un abejorro marrón ha revoloteado durante todo el día de hoy por el aire de mi celda. Según las viejas tradiciones, eso significa que antes de una semana recibiré una visita muy agradable. Quién sabe, lo mismo son chifladuras de gente antigua... o no.

Nos vemos a mi regreso. Entretanto, sed buenas, hermanas.