martes, 12 de marzo de 2013

Sor Raimunda se reconvierte

Desde el viernes la tenemos a las puertas, golpeando con el llamador de hierro forjado. Hace dieciséis meses se cambió el nombre original, Sor Casta, por el de Sor Raimunda, a raíz de unas galletas que la anciana Sor Virtudes le ofreció y que cambiaron su vida a la par que se llevaron a la vieja abadesa al más allá con una sonrisa en la boca. Después de esa transformación se enamoró y salió al mundo con sus hábitos cortos de infarto y en la maleta aquel de látex negro, con fusta a juego, que le regalé al principio, cuando llegó pidiendo ser instalada en la celda de tortura.

Hoy pide que le abramos de nuevo los portones del convento. Ya no quiere castigos, incluso ha pedido que le demos una celda con vistas al mar. Ahora quiere purgar penas propias y pecados ajenos. He ido a abrirle personalmente la puerta y la he instalado en su nueva celda, la número 27, que estuvo ocupada por la fenecida sor Amor (o sor No), cuando en uno de sus desatinos, recién regresada de unas misiones en Italia, se puso -no sabemos si aposta o por accidente- el hábito del revés. Y ya sabéis que aquel hábito estaba confeccionado de chapas y púas de metal que por lo menos a mí me causaron heridas importantes cuando la abrazaba y a saber a cuántas más.

La celda 27 tiene vistas al mar de un lado y a la montaña de otro. Le hemos puesto sábanas de seda, colchón de viscolástica y edredón de plumas, en el alféizar de la ventana unos geranios y sobre el baúl, limpio y planchado, su hábito de sor Casta. Primero, que descanse. Ya hablaremos después, porque eso de purgar pecados ajenos no cuadra en la filosofía de este convento.

Bienvenida de nuevo a casa, Sor Casta.

lunes, 23 de abril de 2012

Aquí hay vida

... pero yo me salgo ya del convento. Durante una temporada, que puede ser muy larga, dejo los hábitos. Me voy a vivir la vida fuera de estos muros. Aquí se quedan las que quieran estar y vendrán las que quieran venir. Todo gratis, incluso el yacuzzi y la sala de autotorturas, ambos recién instalados. El alma me pide volar hacia cualquier paraíso que me haga feliz y ya soy feliz solo de pensarlo: desnuda, sin hábitos, sin pinchos, sin miedo.


En la distancia, seguiré siendo la abadesa de este convento.

jueves, 2 de febrero de 2012

Detalles sin importancia

Hace muchos años me enamoré de una chica que me daba una de cal y otra de arena. Yo se las daba siempre de cal, porque cuando me enamoro todo me parece poco, me vuelco y me revuelco en la conquista. Sus detalles de cal me llevaban a la gloria y los de arena eran de arenas movedizas en las que pasaba días hundida. Así, entre cales y arenas iban pasando los meses. Entonces ella se despidió de mí para hacer un largo viaje. Antes de partir me dijo: Hasta aquí hemos llegado, cuando regrese espero que podamos ser buenas amigas, pero nada más que eso, porque no puedo verte como algo más por mucho que lo intento. Me propuse aprovechar aquel mes para deshacerme de mis sentimientos por ella, pero no avancé mucho, solo asumí que ella era un sueño imposible y tiré la toalla de la conquista, aunque no me dio tiempo a dejar de estar enamorada de ella.

Al cabo de un mes regresó y pasó una noche-puente en mi casa antes de llegar a la suya. Venía enferma y pasó la noche tosiendo a mi lado, en mi cama, como amigas. Ya de madrugada me levanté y fui a buscar Hibitane a mi botiquín. No fue un acto de amor ni una estrategia de conquista, ni siquiera compasión. Era un intento desesperado de que dejase de toser para yo poder dormir. Saqué una pastilla del tubo metálico y se la di, la chupó, se le calmó la tos, se durmió y me dormí. Cuando despertamos, tenía a mi lado a una mujer enamorada, de mí. Pero bueno, otras veces también había parecido estarlo y no había sido más que un poco de cal en su montón de arena, así que no le di mayor importancia. Pero pasaron los días y ella seguía siendo una mujer enamorada, de mí, tanto que al poco tiempo, sin arenas de por medio, empezamos a vivir juntas y tuvimos una relación preciosa que duró años. En los primeros meses de aquellos años un día me dijo: Me enamoré de ti por el Hibitane.

Del mismo modo que un detalle sin importancia hizo que se le moviera una fibra sensible a aquella mujer, otras veces un detalle sin importancia puede hacer que se nos caiga el ídolo del pedestal. Así que muchos años después de que aquella historia hubiese terminado me volví a enamorar de otra mujer, que también me daba una de cal y otra de arena, que tampoco podía verme más que como a una amiga con derecho a roce. Sus dosis de arena eran importantes en volumen y frecuencia, pero no conseguían que se me cayese al suelo el sueño de la conquista. Un día, sin embargo, me dio un grano de arena, un solo y minúsculo grano de arena. Yo le había pedido que fuésemos juntas al cine a ver una película que me apetecía ver junto a ella la próxima vez que nos encontrásemos, que sería en pocos días. Ella ni siquiera había oído hablar de la película ni tenía intención de verla, pero me dijo: Iré a verla esta misma noche. ¿No puedes esperar unos días? Me gustaría que la viésemos juntas, le dije yo. No, iré a verla yo sola. Hoy. Y fue. Y la vio. Yo habría podido hacer lo mismo por mi cuenta, pero no lo hice. Cuando días más tarde nos encontramos, me propuso que fuésemos juntas a verla, pero a mí ya no me apetecía verla con ella, quería verla, pero no con ella. Y poco después la vi, pero no con ella. Mi enamoramiento se quedó en agua de borrajas. De él quedó solo el sentimiento frustrante de lo que pudo ser y no fue, porque ya ni siquiera por mi parte era posible que fuera. Ella un día me  dijo que me quería, que se había enamorado de mí pero que dónde estaba mi amor. Le dije: Me desenamoré de ti por una película.

lunes, 30 de enero de 2012

La caducidad de los sueños

Hoy mam ha hablado de los sueños en un post que ha titulado La puerta de los sueños. Cuando he ido a comentarle me he dado cuenta de que me iban viniendo ideas y recuerdos como para utilizar un entrada entera como respuesta. Mam empieza hablando de sueños de infancia llevada por los cuentos e historias que le contaba su padre. Luego cuenta sin contar que hubo otros sueños más hasta que un día les cerró la puerta a esos y a todos los demás. Yo no me lo creo mucho, quizás cerrase las puertas a los grandes sueños, pero no a los pequeños de cada día. ¿O no se dicen a diario cosas como estoy deseando sentarme a descansar, ojalá salgan bien los análisis, qué ganas tengo de hartarme de dormir? Son los pequeños sueños cotidianos, que además tienen de bueno que casi siempre se vuelven realidad.

Mam pregunta al final ¿Y tú, has cerrado la puerta de tus sueños? La respuesta que me salió a bote pronto fue NO, con mayúsculas y todo. Luego pensé un rato sobre el tema. ¿Qué pasó de aquellos viejos sueños que dejaron de serlo? Y claro, esa auto-pregunta dio lugar a un montón de cavilaciones.

Al pasar los años he ido aprendiendo a soñar solo con lo que está en mis manos conseguir. Algunos de esos sueños he podido hacerlos realidad, otros no, aunque a todos les pusiera la misma fuerza de voluntad y el mismo entusiasmo. Los primeros, al volverse reales, me llenaban de felicidad; el no poder cumplir los segundos, me traía frustración. La frustración es un sentimiento muy desagradable, una mezcla de impotencia y de fracaso. Así que aprendí a no soñar nunca lo imposible. Mientras algo me parece deseable a la vez que posible, me empleo de lleno en la tarea de conseguirlo, pero le doy solamente un tiempo, un número indeterminado pero finito de oportunidades. Después lo descarto, lo paso a la categoría de irrealizable y dejo de soñarlo, o lo reconvierto en otra cosa, porque hay muchos más sueños y no voy a dejarlos de lado agotada de pelear por los que no se van a cumplir. Es bueno saber dejar que caduquen los sueños. Me siento orgullosa de haber sabido hacerlo hasta ahora.

2011 ha sido un año-ejemplo de sueños que acabaron en fracaso, aunque cada fracaso le abrió las puertas a un nuevo sueño: sueños tan hermosos como de improbable materialización, así que valía la pena darles una oportunidad; sueños irrealizables, así que no valía la pena dedicarles más tiempo del que se necesita para que la frustración deje paso al olvido, que no es tanto; sueños de serenidad, de salud, de vida... y alguno que otro de amor. ¿No son de amor la mayoría de los sueños que más frustración causan? Pues aún así en 2012 yo los sigo incluyendo en mi baúl de los sueños. Qué le voy a hacer, cómo voy a renunciar a algo que a veces  es tan bonito como un dulce delirio. Por eso en mis sueños de amor ya no estás tú, porque caducó mi sueño de ti, y de ti también por eso ya no te sueño, pero ¿por qué no te voy a soñar a ti, perfecta tú, posible tú, tal vez desconocida tú? Lo mejor de este sueño es que no ocupa mi tiempo, no me agobia, no tiene prisa, es solamente bonito. Por eso ni siquiera tiene fecha de caducidad (pero sí de consumo preferente).

No obstante todo, lo mejor de mi vida NO está en mis sueños.