miércoles, 4 de enero de 2012

Como una cabra

Más o menos así nos contó sor Alicia del País de las Maravillas cómo fue su día de aventura senderista. No sé si envidiarla por su forma de tomarse la vida, a su bola, casi a pelo por el mundo, o si darle unas collejas o soltarle un sermón por su falta de previsión y por hacernos pasar estos malos ratos. Pero como al final siempre sonríe, ríe y abraza ¿quién le dice nada? Nos ablanda.


Pensé levantarme temprano y salir a eso de las 8 de la mañana para hacer una buena caminata hasta el lago, echar en la mochila un tentempié para media mañana y un bocadillo para la comida, que preveía hacer mientras disfrutaba del día soleado junto a las aguas quietas y azules. Pero como me desperté tarde, preferí tomar un buen desayuno en el convento y echar en la mochila solamente el bocadillo y una botella de agua. A las doce de la mañana salí sin dar tres cuartos al pregonero porque sabía que alguna que otra se habría querido apuntar a la excursión y yo prefería hacerla sola. Llevo días disfrutando mucho de la soledad, incluso en el festín que me di para fin de año, yo misma conmigo misma, mis uvas y mi Juvé i Camps.

Tomé el sendero que va hacia el noreste, tal y como me había indicado sor Hortensia. Esa parte es un secanal con algunas encinas y monte bajo. Caminé a buen paso disfrutando del silencioso día soleado. Caminé, caminé, caminé... dos horas... tres horas... cuatro horas. Habría debido llegar al lago en dos horas como mucho, pero ni sombra de agua por ninguna parte, ni de casas, ni de gente. Seguramente los pies me habían crecido desde que hace 20 años me regalaron las chirucas. ¡Cómo me apretaban! Eran las cuatro de la tarde y en ese momento renuncié a ver el lago porque aún volviendo en ese momento me quedaban cuatro horas de camino y sin duda alguna se me iba a hacer de noche antes de llegar al convento. De todas formas, tenía hambre. Me senté en una piedra redonda para comerme el bocadillo tranquilamente, disfrutando de aquel horizonte tan limpio y sereno. Me descalcé. Ni un alma en kilómetros a la redonda, salvo que las abejas y las hormigas tengan alma.

Cuando terminé de comer, a duras penas conseguí calzarme las chirucas e intenté orientarme para volver por un atajo imaginario que acortara el tiempo de vuelta. Esto es, campo a través. Enseguida el sol empezó a descender peligrosamente. No tenía linterna ni ropa de abrigo, las botas me hacían demasiado daño, así que me las quité, rasgué la toca en dos trozos y me fabriqué unos peales. ¡Pero tenía mi móvil! Sin cobertura.

Caminé y caminé. Una hora... dos horas... Estaba completamente perdida y apenas podía guiarme campo a través por la luz tenue de la luna en cuarto creciente y, a ratos, por la del móvil. De pronto me encontré con un arroyo que se interponía en mi camino. Bastante ancho para saltarlo y... ¿profundo? No podía saberlo sin luz, así que cogí una piedra del camino y la tiré al agua para calcular su profundidad. No sonó nada. Me descalcé y metí un pie, una pierna, y aún no tocaba fondo... Era demasiado profundo para atravesarlo a pie, no me quedaba más remedio que hacerlo a nado. Sin dudarlo ni un instante me desnudé y lancé al otro lado del arroyo la ropa, la mochila y las chirucas. Me sumergí en el agua y nadé dos metros, porque no tendría más ancho de eso. El agua olía a rayos, estaba espesa y por suerte no pude conocer su color. Salí helada por un talud de pinchos y caminé unos metros desnuda hasta secarme.

Me acordaba de mi manual de supervivencia, pero es que hasta para eso hace falta tener algo a que echar mano. Ni una cerilla para hacer fuego, ni una linterna, ni un saco de dormir, ni una brújula. Así, empapada, en cueros, sin material y sin haber aprendido a guiarme por las estrellas, solo podía seguir camino hacia donde fuera. A algún sitio llegaría, que tampoco estaba en el Gobi.

A lo lejos escuché balar cabras. Si hay cabras, habrá un cabrero, pensé. Comencé a gritar: ¡Oigaaaa, que me he perdidooooooo!. Beeeeeeeeee, beeeeeeeeeeeee. Esto último lo decían las cabras. Ya me había secado, así que me puse de nuevo el hábito y los peales. A traspiés seguí caminando sin encontrar a las cabras. Pensé que, de encontrarlas, podría meterme entre ellas, como una más, y pasar la noche.

Mi reloj marcaba las 21 horas cuando encontré un sendero, que seguramente era el mismo que había seguido a la ida. Con suerte, pronto estaría en el convento. Y así fue como pasadas las diez me entró de pronto un calorcito, una alegría... cuando vi las luces de vuestras linternas. ¿No os comí a besos? He dormido como un bebé y no me he resfriado. ¿Hay más chocolate caliente?

10 comentarios:

Siempre suya dijo...

Qué aventurera la hermana. Ya la imagino en pelota picada (o en pulguina que me decían de pequeña)dando voces al cabrero. Menos mal que todo vuelve a su lugar con acogedoras manos amigas.

Marcela dijo...

uy, la sor alicia, que me gusta mucho, y bebe Juve i Camps, tiene que ser amiga mía, sin duda.

Gutapercha de Jabariego dijo...

Si llega a pasar la noche entre las cabras... no quisiera ni pensar en la sor presa del cabrero al ver una monja durmiendo entre su rebaño, con hábito sin toca y con Chirucas!!! Menudo cuadro, (y eso que bebe Juve i Camps)

Sor Raimunda, ex Sor Casta dijo...

Si es que Sor Alicia es especial. Aún sonrío recordando su voz mientras me lo contaba, es única, no hay duda.

Besossssssssss

guada dijo...

jajaja, menudas historias, joé, ya me gustaria conocer a las monjas de ese convento.....besazos, menos mal que como dice guta no se acostó con las cabras (qué mal ha sonado)

desde la balconada dijo...

ja ja ja ja. Me gusta esta sor tan... a su santa bola. Qué buena su ocurrencia de pasar la noche entre las cabras, riéndome sigo sólo de imaginarla.
No le de collejas Madre, que de verla tan contenta sería despreciarla.
Fantástico que no se haya resfriado ni nada. Bien por sor Alicia.

chris dijo...

Por el susto que os ha dado yo le pondría a ver la peli de 127 horas...

Mármara dijo...

P'haberse matao, Sor Alicia, oiga. O p'haber cogido cualquier germen, o bacilo, en ese misterioso y profundo riachuelo.
Estoy de acuerdo con Chris, sólo por el susto que les ha dado, le imponía alguna penitencia. O aprovechaba la próxima festividad de la Epifanía, le regalaba un kit de supervivencia, y la obligaba a llevarlo encima hasta para ir al Merkadona, por si las moscas..

Juli Gan dijo...

Hermana..¿Cómo decirlo?...¿En su convento nadie ha hecho cursos de exploradora? En la mochila, aparte deagua y frutos secos, llevar navaja y brújula, y si no, guiarse por el sol de día, o subirse a un alto....

Anónimo dijo...

Sor A-venturera a partir de hoy...