jueves, 10 de noviembre de 2011

De profesión, salvadora

Hoy, para la tertulia de la hora sexta, nos hemos dejado caer encima el solecito amable que nos ha traído el día, tumbadas y sentadas en el prado de atrás. Las charlas siempre comienzan por un punto indeterminado que surge al azar, no terminan en tesis alguna y luego cada una, si le apetece, se lleva las ideas a la intimidad de su celda para las horas de meditación. 

Hoy andábamos a vueltas con el latín, puella-puellae, rosa-rosae... y hemos desembocado en plus ultra, dos palabras que a las mayores nos han llevado a recordar aquella conocidísima Operación Plus Ultra de los años sesenta, mediante la cual se seleccionaban niños y niñas distinguidos por actos de heroísmo, abnegación y sacrificio por los demás, a menudo corriendo riesgos vitales. Luego, a la selección de selecciones, la paseaban por España y en alguna ocasión la llevaban a ver al Papa.



Decía sor Hortensia que de ahí le viene a ella su espíritu salvador, cuando de niña escuchaba aquel programa de radio y se le ponían los vellos de punta oyendo hazañas infantiles y soñando con que un día fueran famosos su nombre y su historia como heroína salvadora. Salvó al gato de la vecina, que se había encaramado a un árbol, le dislocó un hombro a una anciana para evitar que la atropellara un carromato, se dejó las pestañas bordando mantillas para sacar adelante a su familia pobre... pero su heroísmo infantil no salió de su casa y apenas tuvo eco en la aldea, llena de niñas que, como ella, aspiraban a ser un día heroínas. Ya adolescente escuchaba historias de abnegación de las vecinas de su pueblo: la que renunció a estudiar y a tener marido por cuidar de su madre enferma, la que aguantó golpe tras golpe de su marido borrachín por no abandonarlo a su suerte. Recordaba las caras de su madre y de las otras mujeres que escuchaban las historias ¡qué gran mujer! ¡una santa! Ella, cuando fuera mayor, quería ser una gran mujer, una santa.

-Y así me fue de mayor -nos contaba sor Hortensia-. Estudié para enfermera, curé muchas heridas y limpié muchas cacas nacionales, lo que no me parecía suficiente heroísmo, de modo que me embarqué con rumbo al oeste de África para curar heridas, limpiar cacas y poner vacunas a los más pobres del mundo, porque me acordaba de aquellas batidas por el pueblo con la hucha del Domund para salvar negritos, hasta que caí enferma de malaria y tuve que volver a mi casa. 

- Me casé con un hombre malo y feo para, con mi amor, convertirlo en guapo y bueno -prosiguió-. Eso no tuvo punto de comparación con lo de África, fue muchísimo peor, porque él siguió malo y feo y yo no acabé con malaria, sino con "de todo un mucho". Luego, cuando me dieron el alta en el hospital, decidí renunciar a ser tan gran mujer y tan santa y me puse a hacer aquello que siempre había deseado y a lo que siempre había renunciado en aras de ser heroína, pero eso no le gustaba a la gente de mi pueblo, que chismorreaban y me miraban de soslayo al pasar. Yo escuchaba decir palabras sueltas: "pobre hombre" (eso iba por mi exmarido), "tortillera de mierda" (eso iba por mí). Entonces sí fui famosa en mi pueblo, pero no heroína. 

-Pero no creáis que por dejar un marido malo y feo para simpatizar con la orden de Lesbos estaba renunciando a mi meta heroica. Me propuse curar con mi amor a Josefita, que venía tan traumatizada como yo de una relación anterior, me propuse comprender y ayudar a Pepita y luego a Juanita, cada una con su saco de problemas y sus correspondientes secuelas indeseables (para mí sobre todo, que es lo que ahora cuenta). Seguí sin ser una heroína ni me llevaron a ningún programa de radio a contar mi abnegación y mis sacrificios. Solamente conseguí ser "nada". Por eso dejé de ser seglar de la Orden y me puse los hábitos de clausura para reflexionar sobre mi ansia de heroísmo. Ya he aprendido y ya me puedo echar de nuevo al mundo.

-¿Y qué es lo que has aprendido? -le preguntamos a coro.

- Eso queda para mis adentros, hermanas. Nunca se aprende en pellejo ajeno, así que aplicaros cada una en vuestros temas y acabad por ser felices, que eso sí que es un acto de heroísmo y de generosidad.

9 comentarios:

María dijo...

¿No se aprende de pellejo ajeno? Yo creo que sí.

Anónimo dijo...

Yo creo que también.

mam dijo...

Nadie es feliz cuando solo hace cosas para obtener algo a cambio.La verdadera felicidad nos la da actuar de corazón, sin esperar nada....

guada dijo...

plas plas plas plas.....a veces es mejor no decir nada porque tal y como lo has contado con la boca abierta me has dejado.....esta forma de escribir me suena, no habremos coincidido en algún convento????
besos
y si se aprende en pellejo ajeno, pero el aprendizaje no es tan efectivo como en el propio.....

Kika Fumero dijo...

Sí, algo se aprende, aunque desde luego yo soy de las que necesita tropezar por sí misma...Me está gustando mucho estas cartas desde tu convento, sor Ella. Abbraccio forte! :-)

Marcela dijo...

ayyyy, cómo disfruto de este convento, qué buen rollo me da, que a gustito me siento, cuánta sororidad, gracias madre superiora.

Lenteja dijo...

Ave María Purísima.... Gente de paz hermana...
Besos.Lenteja

Encarni dijo...

Te cansaste de ser una niña buena porque las santas, santisimas van sólo al cielo, lleno de santos y curas, y familias opusinas. Me alegro que te convirtieras, ahora puedes ir a cualquier pastelería totalmente libre :-) que existen cerca de tu convento.

Me alegro de tus votos.

Un abrazo.

SimpleDay dijo...

... tus últimas 16 palabras... no sé, me han movido algo.
Igual que vos, creo que poco o nada se puede aprender por pellejo ajeno, a veces en la hermandad necesitamos sufrir lo propio para aprender lo propio.
Un abrazo,