Esta tarde a la hora sexta -hora de la siesta por si no conoces los términos conventuales- no todas dormían, algunas acababan de levantarse, como sor Alicia del país de las Maravillas, a la que no veíamos desde ayer al anochecer, otras paseaban por el claustro y otras nos reuníamos en amena charla ante unos cafés en mi celda. En eso estábamos cuando vemos llegar a sor Alicia con la falda mal colocada, los pelos revueltos, los ojos un poco desencajados y una sonrisa beatífica en los labios.
-Creo que aquellas galletas de la virgen María que me dio la madre hortelana son milagrosas -nos dice conforme se va sentando a nuestro lado.
-¿Por qué? -cantamos las demás a coro.
- Veréis, anoche cuando me fijé en lo tarde que era me di cuenta de que no me había provisto de vituallas para la cena y ya era demasiado oscuro como para salir al huerto. Entonces me acordé de aquellas galletas de la virgen María, que todavía no había probado, y me comí una. Y entonces empezó el milagro. Sentí que caía y caía y caía... y luego no supe nada más. Me acabo de despertar ahora, pero ¿sabéis qué? Yo estaba sobre el colchón, pero el colchón no estaba sobre la cama y tampoco estaba en mi celda. El colchón y yo estábamos en la celda vacía de la hermana Gertrudis, la que se salió de la orden. Y me he despertado ahora. He tardado un buen rato en encontrar mi ropa pero estoy estoy más bien, tranquilaaaa, relajadaaaa, ummmmm... -nos dice abrazándose a sí misma y elevando su mirada al techo- ¡Esto ha sido un milagro!
- Cariño, -le dice la madre hortelana que estaba en el grupo- yo nunca dije la palabra "virgen" cuando te di las galletas de maría.